Salvador Dali
Dos viejos amantes
Sus cuerpos ya no son los mismos. Ya no hay miembros viriles ni lúbricos pezones, ahora todo es retozo, lenguas y lenitivos artificios. Parece que el cariño ya no sacia los deseos más profundos de los dos viejos amantes.
―Sí, mañana mismo pongo el anuncio: “Se solicita pareja de jóvenes no mayores de veinticinco años para casting”, ―esa fue la respuesta del anciano a su esposa.
Juan y Lucía escogieron de entre cientos de jóvenes a la pareja que parecía ser la ideal: un par de brasileños con cuerpos dorados, ojos turquesa y cabellos rizados. Se trataba de dos músicos necesitados y dispuestos a todo. Lucía y Juan estaban contentos, su sueño de un ocaso excitante estaba a punto de hacerse realidad. El contrato especificaba: “cinco años de lealtad absoluta. Los últimos cinco años de nuestras vidas vivirán con nosotros y cubrirán todas nuestras necesidades sexuales y afectivas”.
Los brasileños parecían estar cómodos con el acuerdo; total, ¿qué eran cinco años para toda una vida por delante? Desde el primer día, Joao y Yomara se paseaban desnudos por los jardines de la casa, jugueteando con los perros y las aves. Lucía y Juan cuchicheaban acerca de la voluptuosidad de sus cuerpos e ideaban uno que otro plan erótico para la tarde.
El juego iniciaba siempre así: luego de un show musical en el que Yomara bailaba al son de tambores, Juan la tomaba por las nalgas y la acomodaba en la cama para succionar sus exóticos elixires; mientras Joao seguía tocando las percusiones para Lucía, quien poco a poco se acercaba a saborear su miembro erecto. Velas, fragancias, sudor componían la armonía del ritual de los amantes. La orgía se prolongaba hasta la madrugada o hasta que los ancianos se quedaran dormidos. Día tras día, una ceremonia similar. Las cosas pintaban muy bien para los dos viejos, no solo se sentían enérgicos, también veían cómo su amor crecía cada vez más.
La dinámica se prolongó por más de dos años en los que las parejas convivían tranquilas sin más sobresaltos que los desenfrenos crepusculares. Pero, fue un día, mientras Joao penetraba a Lucía, que este sintió como si algo saliera de su cuerpo impidiéndole continuar con el acto. Lucía, adjudicó el hecho al cansancio del muchacho, quien la tranquilizó con la promesa de que al día siguiente se lo compensaría. El ajetreo continuó entre Jomara y Juan que parecían ajenos a lo acontecido entre la otra pareja.
Pasaron los meses, Juan y Lucía no parecían cansarse, el placer los revitalizaba, era como si la energía de los chicos los alimentara. Pero pronto, Joao comenzó a sentirse cada vez peor y Lucía empezó a notarlo. Realmente no le importaba la condición del chico, solo quería saciar sus deseos obligándolo a realizar cunnilingus que duraban toda la noche.
Jomara se preocupó por Joao, el joven se veía cada vez más cansado, su piel se estaba marchitando y sus ojos turquesa habían apagado su brillo.
―Vai ao médico ―decía Jomara en un portugués entremezclado, ―não podemos romper o contrato, recuerda la cláusula final.
―Estos viejos nos están matando, meu amor, iré al doctor amanhã mesmo.
―Sim Joao, no me dejes sola en esto ―respondió Yomara con preocupación.
Al enterarse del interés de Joao por visitar al médico, los ancianos se negaron y decidieron llamar al doctor de la familia, quien indicó nunca haber visto algo similar. Joao estaba cada vez peor, pero no les importaba, Lucía seguía demandando su ración diaria de placer.
Un día, Yomara intentó, desesperada, impedir la explotación de su pareja, pero no logró conseguirlo. Juan la tomó por la espalda y con una fuerza descomunal la amarró al respaldo de su cama obligándola a observar el triste espectáculo de un Joao moribundo.
Esa tarde, el acto duró apenas un par de minutos en los que Lucía, desenfrenada, cabalgaba sin cesar, mientras Juan halaba su miembro al ritmo de Yomara y sus sollozos. Los ojos del anciano centelleaban, el cuerpo de Lucía se estremecía y todos recordaban los tambores, pum, pom, pum, pom. Era el corazón de Joao, el grito de Yomara, la última eyaculación.
Patricia Lovos, El Salvador, 1991, es hija de una madre psiquiatra y un padre comerciante. Realizó estudios técnicos en idioma inglés, estudió fotografía y cursó la Licenciatura en Comunicaciones. En literatura, ha recibido cursos y talleres con varias personalidades. En 2019 ganó la primera mención honorífica en los Juegos Florales, con la obra «Aliento de cachorro» publicado luego por Índole Editores. Se ha desempeñado como periodista cultural y actualmente trabaja en el área de las comunicaciones y la gestión cultural.
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