MIGUEL ÁLVAREZ CASTRO | EL MELODIOSO CANTOR DEL LEMPA

Camilo Minero, FUERZA CREATIVA Y SOCIAL

Pinturas: Camilo Minero

MIGUEL ÁLVAREZ CASTRO

Nació en la hacienda Mayucaquín, departamento de San Miguel, el 29 de septiembre de 1789; y murió en el mismo lugar el 23 de julio de 1856. Por cronología es el primer poeta salvadoreño. Laboró en puestos burocráticos del gobierno pos-independencia. 


Sus primeros estudios los realizó en su casa. En la actual Antigua Guatemala obtuvo su bachillerato en Filosofía. Interrumpió sus estudios de Jurisprudencia en la Universidad de San Carlos Borromeo, en la ciudad de Guatemala debido a problemas económicos. De regreso, fue testigo de la independencia centroamericana, y laboró en puestos administrativos de la Federación Centroamericana. Fue hombre de política, y seguidor de Francisco Morazán, del cual fue Ministro de Relaciones Exteriores. Escribió poesía en sus ratos libres. Colaboró para las revistas La Miscelánea (1839) y El Amigo del Pueblo (1843). No publicó libro. 


MARTE Museo de Arte de El Salvador | Sin Titulo ( niña dormi… | Flickr


A CINTIA 


No por mi pasión debiera. 

En tan fausto y claro día. 

Celebrar tu natalicio 

entre cantares y vivas. 


La alabanza en propio labio 

bien lejos de ser creída, 

es un borrón que obscurece 

las prendas más efectivas. 


Pero si elogiar supieron 

en sus hermosas poesías, 

Tíbulo a su cara Delia; 

Taciano a su dulce Antilla: 



¿Qué mucho que yo te ponga  

junto a las estrellas mismas? 

¿Y que competir te haga 

con Juno y Venus divina? 


¿Sería esto una locura. 

Esto un delito sería? 

NO! —¿pues a qué sofocar 

los impulsos que me animan? 


Vamos... Pero no: el silencio 

mi moderación remita 

cuanto de ti, Cintia hermosa. 

Cantar a ml musa podría. 


Los imparciales que saben 

dar al mérito su estima. 

Decidirán si tus prendas 

de alabanza son dignas. 


Que yo, aunque voto no sea, 

diré tienes infinitas 

para cautivar mil almas 

por mucho que se resistan. 


Mas ¿por qué en tus labios juega 

esa púdica sonrisa? 

¿Por qué se asma el rubor 

a tus cándidas mejillas, 


¿Cuál rosa que despuntar 

la primera luz matutina, 

del aura a los dulces besos 

ríe, se avergüenza y brilla? 

iPero qué! ¿piensas acaso 

que estos mis versos respiran 

lisonjeros alabanzas 

que el sincero amor no dicta? 


iLlévese el fingido amante 

la deplorable desdicha, 

de no sentir en el pecho 

lo que sus labios explican! 


Que yo, cual amante tierno, 

si te elogio, bella Cintia, 

del alma a la boca pasan 

los efectos que me inspiras. 


¡Ah! Si alcanzar yo pudiera, 

por cúmulo de mis dichas, 

que fuesen tan duraderos 

como el diamante tus días! 


Mas, en tanto que vivimos 

gocemos, Cintia, la vida, 

cual roble y yedra amorosos, 

entre Inocentes caricias. 


LA SEPARACIÓN 


«No hay medio; ya es imposible 

evitar, dueño amoroso, 

mi dolor, pues imperioso 

me ordena el hado partir. 

Óyese al ave sensible 

anunciar alegremente, 

que ya por el rubio oriente 

comienza el día a lucir. 


A esta hora iqué acerbas penas 

veo contra mí agolparse, 

hora en que van a nublarse 

días del más puro amor! 

Otras gocé harto serenas, 

para que en mísero llanto 

en amargura y dolor. 


Por el bosque solitario 

la viuda tórtola vuela, 

y en vano iay Dios se desvela 

de su bien amado en pos; 

con eco agradable y vario 

apasionada lo llama, 

saltando de rama en rama 

sin que responda a su voz; 


de esta suerte, Amira hermosa, 

desde que infeliz me ausente, 

buscándote inútilmente 

por el bosque umbroso iré: 

con voz triste y pesarosa 

te llamará el cielo ansioso, 

y sólo el eco angustioso 

repetir tu nombre oiré. 


¡Quién sabe si en ese instante 

en que tu ausencia me mata, 

romperás, Amira ingrata, 

los lazos que amor formó! 

¡Quién sabe si yo distante, 

rodeado de adoradores, 

merecerá tus favores 

otro más feliz que yo! 

¡Ah Dios! ¿y así me atormento? 

¡Ah Dios! ¿y así me consumo 

por un bien, que como el humo 

veré a mi pesar huir? 

iAy Amira! iqué momento! 

icuán duras penas me afligen! 

Y es de mis males origen 

un infausto porvenir! 


¿Y por qué a violar no empiezo 

mi voto y no lo quebranto? 

¿Por qué no enjugo este llanto 

que ya ofende a la razón? 

¡No! perdona; es todo exceso, 

bien bien, del amor puro 

que una y mil veces te juro 

arderá en ml corazón. 


Primero las elevadas 

torres del palacio erguido, 

destruirá el tiempo atrevido 

con su aspecto asolador; 

primero verás trocadas 

del año las estaciones 

que mudanzas y traiciones 

en mi tierno y fiel amor. 

Es más fácil que la fuente

Cristalina y abundosa

No vaya a la mar undosa

su raudal a desaguar; 

y quizá más fácilmente 

buscará al lobo el cordero, 

que un corazón sincero 

te dejase de adorar. 


Antes bien noche luctuosa 

se tornara en claro día 

y en su lugar se vería 

el alba resplandecer; 

mas bien primavera hermosa 

producirá malezas, 

que no fingidas ternezas 

en mi tierno pecho ver. 


Pero al fin, ven, dulce Amira. 

Ven, sensible y fiel amante, 

ven en el postrer instante, 

nuestros lazos a estrechar: 

iven! y junto a mí suspira 

de amor tierno y verdadero, 

pues antes que partir, quiero 

en tus brazos espirar. 


……………………………………..


Así el infeliz Dalmiro, 

cuando sonríe la aurora, 

al partir de su pastora 

decía con triste voz. 

Oí el ahogado suspiro 

que exhaló en aquél momento: 

escuché su juramento y su postrimer adiós. 


Camilo Minero - Alchetron, The Free Social Encyclopedia


 AL CIUDADANO JOSÉ DEL VALLE 
              ODA.


Al par de los robustos  

arboles corpulentos, 

o del cedro que altivo se levanta, 

no es dado a los arbustos 

formar altos intentos; 

y al par de la dulcísima garganta

con que el jilguero canta, 

la débil avecilla 

teme soltar su voz, teme y se humilla.


Así yo me contemplo 

ante el coro armonioso 

de los sagrados cisnes de Hipocrene: 

tomo la lira y templo, 

mas el labio medroso 

por un secreto impulso se detiene. 

Se anima, y le contiene 

el respeto que solo 

vosotros me inspiráis , hijos de Apolo.


¡Oh númenes gloriosos, 

cautores de Helicona, 

cuyas cimas magnificas pisando, 

de laureles hermosos

ganasteis la corona 

que vuestras sienes veis hoy adornando! 

Perdonad si deseando 

seguir vuestro caminos 

se extravía mi pie, genios divinos.


Mas, si el ilustre nombre 

en cadencioso verso, 

sonoro a publicar mi voz no acierta:

Ya a tan digno renombre 

en el culto universo 

de la inmortalidad se abre la puerta: 

por él veo cubierta

a mi patria de gloria 

y a Clío eternizando su memoria.


Oigo el nombre funesto 

de mil conquistadores, 

aplaudidos en vida, en muerte odiados: 

veo el puñal enhiesto 

sobre los opresores, 

de numerosos pueblos señoreados: 

mientras que miro alzados 

soberbios monumentos 

a la sabiduría y los talentos.


Así, jamás borrada 

del sabio la memoria 

verás Oh Valle!; nunca confundida 

tu gloria señalada 

con esa falsa gloria 

que al destructor del hombre es atribuida: 

la tuya está erigida 

en propender humano 

al lustre y libertad del centro indiano.


Tu pericia y tu celo 

enfrentó la discordia 

que derramara en León tantos estragos: 

por ti aquel triste suelo 

vio reír a la Concordia;

La paz brilló con mil nuevos halagos 

y los días aciagos 

de la guerra olvidando 

iba ya por la influencia de tu mando.


Mas ¡Ay! que apenas sueltas 

de tu mano las bridas, 

Torna a encender la tea cruel Belona:

Miranse ¡Oh Dios! envueltas.

En lides fratricidas 

las provincias “al arma ¡sus! ” se entona: 

la ambición se corona; 

todo el orden se invierte 

y la patria copioso llanto vierte.


¿Y en tan lúgubres días, 

de nublados cubiertos, 

mi lira ha de sonar? Sí, caro amigo: 

en horas tan sombrías 

recuerdo bienes ciertos 

que gozó la nación bajo tu abrigo: 

partícipe y testigo 

fui yo del dulce fruto 

que le ofreció tu celo en fiel tributo.


La paz, la ley augusta, 

tú sólo conservaste 

a despecho del genio turbulento 

que de mancharlas gusta: 

la obediencia enseñaste, 

pero con suavidad y blando acento: 

¿Se oyó por ti el lamento 

que a la alegría aleja?

¿Vertió alguno una lágrima, una queja?


¡oh, sí cuando llamado 

de las leyes al templo, 

a defender del pueblo los derechos, 

te hubieses escuchado 

y seguido tu ejemplo! 

La angustia no afligiera a tantos pechos. 

Ni se vieran deshechos

los lazos fraternales: 

ni los altos poderes nacionales 


Y no que ahora sumidos 

en una guerra infanda, 

gime la viuda, el hijo el tierno esposo, 

de miseria oprimidos:

la doncella demanda 

socorro inútilmente al poderoso; 

allí espira angustioso 

el honrado artesano; 

contra un hermano allá, lidia otro hermano!


Tal es el cuadro horrible 

de desgracias sin cuento, 

fruto de la ambición y la locura…

¡oh si fuese posible, 

en este cruel momento, 

volverá a aquellos tiempos de ventura

los pueblos no probaran, 

y en dichas y contentos rebosaran.


Mas, baste; acaso un día 

despertará risueño, 

y volaré yo a pedir las albricias 

de que la guerra impía 

depuso al fiero ceño;

Jano y Témis se harán  mutuas caricias; 

se inundará  en delicias 

la corte y ruda aldea 

renacerá la próvida Amaltea.


Pero, en tanto que llega 

momento tan glorioso, 

y que el grito feroz de ¡al arma! calle; 

mi labio  humilde, os ruega aceptes bondadoso 

Estos poéticos ocios, caro Valle: 

¡La envidia vil estalle 

y lance su veneno, 

que yo veré su cólera sereno!


Camilo Minero - Alchetron, The Free Social Encyclopedia

A LA MUERTE DEL CORONEL PIERSON


¡Risueña musa! Tú, que en faustos días 

el suave plectro del amor pulsando, 

la sien ornada de fragantes flores, 

inspirarme supiste dulces cantos; 

tú, que las gracias de sin par de belleza, 

ya en grato abril p floreciente mayo, 

me convidabas a ensalzar dichoso 

en dulce feudo de amor más casto;

¡Oh, Erato! Deja de inspirarme; deja 

que mis lamentos por el aire vago 

resuenen libres, y que al cielo lleguen 

y a dolor mueva hasta el cielo santo. 

Mas tú, severa Melpómene, ocupa 

desde hoy piadosa el espacioso campo 

que a mi exaltada fantasía se abre, 

campo de luto y mortal quebranto. 

Ahora que Apolo la fogosa cuatrea 

al occidente abrasador guiando, 

cede el dominio del insomnio globo 

al triste imperio del nocturnocarro. 

Cuando las aves en silencio yacen

Y el aire, el mar, los florecidos prados:

Y los mortales, de penar rendidos, 

buscan del sueño el amigable amparo. 

Yo, sin ventura, de aflicción cubierto 

y el pecho todo de sufrir llagado, 

la muerte injusta del ilustre Pierson. 

Del gran cuadillo de la patria, canto. 

Vedlo patriotas, caminar gozoso 

hasta el suplicio, y presentar bizarro 

el corazón a las ardientes balas 

y el ser el jefe de fatal mandato;

Vedle  tranquilo recibir la muerte, 

sin una queja proferir su labio, 

y hablar a todos con semblante afable 

hasta el momento de espirar aciago.

Pero ¿Qué miran mis cansados ojos? 

¿Qué es lo que escucho? Fúnebre aparato, 

Luto, gemidos, confusión, tristeza, 

desolación universal, y llanto            

estruendo de armas, trémulos tambores , 

todo me anuncia que, veloz silbando, 

el plomo horrible se escondió en el pecho 

del que lidiara por el suelo patrio.

¡Oh día infausto! ¡miserable día! 

Huye, oh momento pesaroso y raudo

Vuela a ocultarte al tenebroso seno 

que abre el Leteo en su profundo espacio;

Huye, y no más los soledosos sitios 

tornen a ver tus refulgentes rayos, 

dó el despotismo la inocencia sangre 

audaz regará con infame mano. 

¡Pierson! ¡Oh digno defensor del pueblo 

tú nueva gloria al patriotismo has dado, 

muriendo, así; mas con fuerza firmeza heroica 

y a los tirnaos de baldón llenando!!

Pero tú, Clío, con tu augusta lira 

harás que suene en inmortales fastos, 

junto a los nombres de Porlier y Laci, 

el nombre excelso de mi amigo caro.

Di a todo el orbe que murió virtuoso: 

y, cual valiente y fiel americano, 

quiso al sepulcro descender primero 

que no vivir con ignominia de esclavo. 

Di que su pecho valeroso, nunca, 

nunca dio asilo a un pensamiento 

bajo que fue el amigo de los hombres libres, 

que siempre de opresores  fue contrario:

y, como al choque de la mar hirviente 

inmoble queda colosal peñasco, 

tal con fiermeza varonil se opuso 

a los designios del arbitrario mando. 

Pero ¡ay, oh cielos! Ya respiró… no existe: 

Voló a otra esfera, más luciente acaso 

que aquel planeta precursor de Febo, 

y aún más que Febo se verá brillando.

Del genio ilustre, miserable polvo, 

solo cenizas ya, nos han quedado…

¡Lloradles ¡oh, bardos! Y su tumba adornen 

tétricos sauces y cipreses infaustos!... 


y no mas los soledosos sitios.


Fuente: 

 Torre de Babel, Los mitómanos oscuros, volumen 0. Vladimir Amaya

Guirnalda Salvadoreña. Román Mayorga Rivas


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