El año 2021, el poemario
Freza la muerte de Denny Romero (1994) ganó la competencia de poesía en
el XI Certamen literario Ipso Facto, organizado por la Editorial Equizzero. Como
parte del premio, la editorial acaba de publicar el libro. Romero nació en San
Miguel, El Salvador, donde la falta de oportunidades formales para el
desarrollo de las artes lo llevó a convertirse en un poeta y artista visual
autodidacta. En 2021 publicó Kamikaze, su primer libro de poesía, de la
mano de Estro Ediciones (San Salvador). En 2022, publicó con editorial La
Chifurnia su libro Contraespejismos, que reúne diversos microrrelatos.
Freza la
muerte refleja las preocupaciones, los intereses, los miedos, las desilusiones y los
escasos anhelos de una generación que habita en un país (y una región como
Centroamérica) que parece no tener nada que ofrecerles salvo la certeza de la
muerte. Los veintiocho poemas del libro nos sumergen en una atmósfera de
violencia que parece no permitirnos respirar fuera de ella, pero donde la
poesía emerge como un espacio de mínima esperanza, aunque esta solamente pueda
ser escrita “en el cuarto de cagar” porque “ser poeta no paga las cuentas / y
es más un don” (“Exceso de poesía” 20).
La muerte, y por ende
el duelo, atraviesa el poemario de principio a fin. Freza la muerte, a
diferencia de mucha poesía joven que tiende a privilegiar el “yo”, busca reflejar
el sentir de muchos miembros de la sociedad, incluyendo incluso a aquellos que
son repudiados por esta. Por ejemplo, en los poemas “Atraco naif” y “En
lo profundo” podemos identificar fácilmente la voz poética con la de un
pandillero que se expresa, más allá de los juicios morales, desde la sencillez
de una existencia que no ofrece ninguna posibilidad. “Entonces / para no
asegurarse un ataúd / afloje / y permítame trabajar” (“Atraco naif” 15).
Si en “Atraco naif” oímos a un joven que asalta un autobús, “Aullido del
busero” nos presenta la voz del conductor, quizás uno de los trabajos más
peligrosos que existen en El Salvador, quien nos da cuenta de la violencia que
tanto él como toda la sociedad experimentan en su vida diaria: “Como busero he
muerto muchas veces / y otras tantas he sido reemplazado … He visto mujeres
sepultar sus pestañas en los drenajes” (32). Interesantemente, en este mundo
(literario y real) dominado por la violencia y la muerte, el amor y la
compasión no están ausentes. En “Letanías”, la voz poética le ora a Dios para
que perdone a quienes tanto daño le han hecho “porque también son mis hermanos”
(24), abogando no por más violencia ni venganza, sino por el fin de esta.
En el poemario, los vivos, especialmente los
jóvenes, son quienes deben intentar (sobre)vivir en un espacio sin esperanza. El
lector fácilmente se puede identificar con la voz poética de “Lamentación
herida”, quien se lamenta de su suerte como un empleado condenado a la rutina
de la exploración laboral: “Más de ocho horas sudo aire acondicionado de
oficina / para llenar de suspiros mi monedero / Lo único más real que la muerte
es la rutina” (10). Pero estar vivo no es solo sobrevivir, sino también asumir
una responsabilidad hacia los muertos. En “Tumbas en la raíz”, la voz poética
asume un deber ético hacia los que ya no están, sean estos víctimas de la
violencia política, de las pandillas o de la migración: “Estar vivo es llevar
tumbas en la raíz / para el amigo perdido en ignoradas lágrimas, / para el
primo / que hace mucho duerme entre la flora de un valle … Estar vivo es buscar
entre las raíces / descanso / para el fusilado” (13). En el mundo de cruda desesperanza
en que nos sumerge el poemario de Denny Romero, quiero quedarme con esto último,
que me parece el mensaje central del libro. La importancia del deber hacia el
otro y la responsabilidad hacia quienes fueron obligados a partir antes que
nosotros.
Ignacio Sarmiento. Doctor en Literatura Hispánica por la Universidad de Tulane (Nueva Orleans, Estados Unidos) y actualmente es profesor de estudios latinoamericanos y español en la Universidad Estatal de Nueva York en Fredonia.
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