Foto: Denny Romero |
Un
ring solitario era lo único necesario para saldar el encuentro. A las seis de
la tarde del mismo día, aquellos boxeadores olvidados aparecieron en el
gimnasio central. Los que fungían como entrenadores no pudieron reconocerlos.
Subieron al ring central y las luces se encendieron tenues sobre sus maltrechas
figuras. Todos cesaron sus entrenamientos y se unieron a la solemnidad de
aquellas figuras extraídas de una película clásica de box. Se improvisó un árbitro
y jueces; el público fue todos los que dejaron de entrenar. Los boxeadores
parecían ajenos al rito de los que le rodeaban, omitieron ser presentados desde
sus esquinas respectivas y apenas les colocaron los protectores bucales se
dispusieron a entrechocar los guantes. Sonó la primera campana. Una niebla leve
se esparció lentamente entre los espectadores y el ring, algunas moscas se
posaron entre las cuerdas. El más viejo de los entrenadores se rascó los ojos
en una especie de tic. El primer round fue parejo. Un sudor helado y cierto
escalofrío cundió entre los espectadores. El segundo round fue de golpes
rápidos que se amorataban enseguida con cierta lividez; dominó el boxeador de
calzoneta negra. Hubo más consternación y niebla. En el tercer round el sudor
seguía ausente de los contendientes; el boxeador de calzoneta roja asestó dos
golpes directos en la cara del contrincante de los que no brotó sangre. Un upercut
casi al final de la campanilla luxó la mandíbula del boxeador de calzoneta
negra. No se supo con certeza como ni en qué momento el boxeador de calzoneta
roja había perdido su oreja izquierda. La niebla era muy densa. Volvieron a sus
esquinas entre los vómitos del referee que desistió de continuar ante el
terrible hedor que se desprendía de los boxeadores. La mayor parte del público
comenzó a retirarse del lugar con espanto. Estos son los fallecidos Jimmy “manos
de acero” y el Magnánimo Ray murmuró el más viejo, todavía sin creer sus
propias palabras. El ring era una especie de puerta, un barco fantasma entre la
niebla. Para el quinto round no había jueces, ambos boxeadores tenían las
mandíbulas desencajadas, y el Magnánimo debido a un estupendo jab que le
proporcionó su contrincante, había perdido un ojo que yacía en licuefacción
sobre el ring. Los pocos que persistían viendo aquel pugilato insólito, se
cubrían la nariz con toallas impregnadas con el alcohol de los botiquines. El
golpe definitivo fue un potente gancho derecho que desprendió la cabeza de Ray.
Entonces Jimmy levantó su único brazo bueno en señal de victoria. Un knock
out de ultratumba. No hubo aplausos, ni vítores, en su lugar emesis
dispersas y un silencio sepulcral. Cuando las luces volvieron a su intensidad
normal, sólo quedaron un montón de gusanos sobre la lona, intentando alcanzar
en ritmos espasmódicos la niebla que se escabullía por las puertas como
retornando al inframundo.
Ilich Rauda.
San Salvador,1982. Secretario de la Asociación de Médicos Escritores “Alberto Rivas Bonilla”. Ha publicado en Poesía, Maíz del Corazón (Publicaciones Papalotlquetzal, 2016), Poemas Urgentes (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2023), Aventuras en los antiguos reinos del misterio (DPI, 2018), Círculos del sueño (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2022).
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