Inventario
El tema de los fantasmas en los cementerios ya está bastante trillado, pero también aparecen en los edificios y casas viejas, en las casas de campo y parajes solitarios, en cualquier lugar a las 12:00 o 3:00 de la mañana, en carreteras y lugares donde el alma del difunto quedó prendida, penando, eso dicen, en las calles de tierra que colindan con los cantones, las colonias, los barrios, en los callejones obscuros, en los campanarios de las iglesias, en los salones de las escuelas, en las oficinas y en los hospitales, también en las quebradas, en los ríos, lagos, lagunas y pozas, en las fincas abandonadas, ya casi llegando al cerro, en las cuevas, en las canchas, en los teatros, en las bibliotecas, en los ojos de los perros, en los ojos de los gatos, tengo un buen inventario, pero hoy, decidí venir a la playa a ver si algún visitante me descubre, entre la arena, entre las olas o en un suspiro en el viento.
Tardes calurosas
Esa tarde se paseó el féretro de Fermín por las calles principales del pequeño pueblo. Su padre acongojado lo llevaba en hombros orgulloso de su estirpe, aunque ahora, su sangre yacía muerta por un arrebato. Evocó entonces aquel patio de su niñez con un nudo en la garganta, su patio grande, lleno de árboles de mango y de aguacate, el perro Canelo que correteaba al gato hasta la hornilla, y ahí con un montón de ilusiones viendo el cielo, Fermín, con la cara tierrosa, los mocos pegados a su nariz, el cabello tostado por el sudor de la tarde y sus ojos tan brillantes, llenos de cielo, empapados de nubes que pasaban despacio al caer el sol, Cristóbal entonces lo llamó de golpe para interrumpir su paseo imaginario de quien sabe dónde.
-Véngase para adentro, Fermín, le va a dar gripe el sereno, y ya sabe que solo su abuela “lirea” con usted- con rapidez se levantó aquel mocoso -Ya voy papá- y se pegó a la hornilla para sobar al gato, que complaciente se enrolló en las piernas del muchachito.
El féretro tambaleante ahora pasa frente al parque, la misa ha sido extensa, el sermón del padre ha sido alucinante y ha dicho que el alma de Fermín se ha salvado porque murió en el suelo y que así se ganan las indulgencias. Ha sido una tarde calurosa, el sol pega radiante sobre las cabezas y espaldas de los acompañantes; se turnan los hombres unos con otros para cargar el cuerpo. -Te venís luego- fue lo último que le dijo la abuela a Fermín y ella supo por un vuelco del alma que su niñito ya no volvería, sin saber por qué, fue más que orden, una súplica.
Desde las gradas de la iglesia había recordado con amor las tardes de atol de elote con riguas, las tardes de mamaso con queso fresco, porque Fermín no comía otra cosa que no fuera lo que la abuela hacía. Su madre se había marchado con una ilusión amorosa y junto a su hermano quedó Fermín a cargo de ella y su papá. La crianza del muchacho había sido difícil porque era enfermizo, a diferencia de su hermano, que siempre mostró mayor resistencia, al clima, al abandono, a todo... la rebeldía de la edad lo fue llenando de malas compañías, de amigos falsos que le daban trago y uno que otro tiro gratis.
Van bajando una pendiente, el cuerpo parece más pesado cuando no tiene vida, las espaldas sudorosas no se sienten como en el campo, las mujeres cargan los ramos y nadie va delante de la carroza fúnebre, por solidaridad con Fermín y su hermano, quien no ha dejado de cargarlo desde la salida de la iglesia. Ya falta poco para llegar al camposanto, su hombro va hormigueante, pero no importa, es la última muestra de amor en este mundo, el último acto de complicidad entre ambos, han odiado a su madre desde que se fue, han amado a la abuela porque es la única que se ha quedado, la única, Chano siente una presión extraña en el pecho, y a estas alturas ya no sabe qué es. Se asoma el Amate que está antes de la curva que lleva al cementerio, se le acelera el latir del corazón.
-Esa moto anda fallando, yo creo que en el taller del Julito te la pueden revisar, no vaya a ser el diablo- y Fermín en la negativa siguió viajando sin la revisión. El cielo estaba claro esa tarde, no había señas de tormenta, pero la tempestad se desató cerca de las seis; con un viento huracanado cayó el aguacero, con gotas gruesas como anticipando la desgracia, nadie sabe el día que va a morir, nadie, pero Fermín se echó un par porque el pueblo estaba de fiesta, los cuetes celebraban al Santo Santiago Apóstol y la emoción lo hizo recorrer las calles al cantón a todo motor. La euforia del aparato y la adrenalina de sentirse libre cuando andaba en ella, lo hizo acelerar, haciendo zig zag para evadir obstáculos borrosos, la tormenta había dejado rastros, un ceibo a media carretera cortó estrepitosamente la carrera, cegando la vida de Fermín en segundos, esa tarde había sido calurosa.
La ventana de la caja está abierta para los que, llenos de morbo, quieran ver por última vez el rostro inerte del fallecido. La gente concluye sin saber motivos, lapida sin tener derecho, de pronto, se ha hecho un silencio en la muchedumbre, una mujer se acerca serena al féretro. Cristóbal se ha roto en llanto y los familiares también, hay confusión, gritos, insultos, pero en ella no hay muestra de emociones, su rostro no está compungido, lo ha visto y se ha girado de salida, se aleja sin decir palabra alguna y los comentarios se alborotan, todos saben que es la madre de Fermín, dicen que lo mató el odio por ella, el dolor por su abandono, pero nadie sabe si eso es cierto.
Son las cinco de la tarde, es hora del café con pan. El canto de los pájaros acompañan el fogón de la casa, las gallinas revolotean en las ramas buscando un refugio para la noche, Fermín está en el patio, como muchas veces, juega con estopas de coco y mazorcas viejas, la abuela palmea incesante las tortillas de la cena, lo ve de reojo y se ríe de sus ocurrencias. Chano está dormido en la hamaca después de una pacha tibia, el perro ladra y corre a la entrada del patio. Cristóbal regresa de la faena del día, sudoroso, con las manos reventadas por la cuma.
Fermín corre a su encuentro y se le cuelga de la pierna, el perro ladra juguetón, hace calor y ya huele a café y tortilla calientita.
(Este relato fue narrado por Walter Saravia en el Podcast Narraciones de un Burro y más, pero nunca ha sido publicado en un libro o documento alguno)
Judith del Carmen Sánchez Castillo
Santiago de María, Usulután.
Licenciada en Letras de la Universidad de El Salvador, Gestora y promotora cultural, cantante y actriz amateur. Ha brindado diferentes talleres en la Zona Oriental del país, fortaleciendo y acompañando la formación de docentes y estudiantes en diferentes ramas de la Literatura y las artes. Formó parte de la Antología de relatos Nocturnalia (2019), de Ediciones Historias Pulp, compilada por el escritor salvadoreño Walter Saravia, junto a un selecto grupo de escritores de América Latina y España, y en una segunda convocatoria participó en Antología de Relatos Olvidados de Santiago de María (2020), de Palabra Abierta Ediciones. Ha publicado en diferentes espacios: Revista Horizontes (2008-2009), Revista Caracol (2007-2008), de la Facultad Multidisciplinaria Oriental, UES-FMO, entre otros, formando parte también de diferentes talleres de teatro y poesía. Actualmente es docente universitaria.
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