La sombra de sus pasos | Relato de Sheila Lissette Guevara



Los vientos sospechaban la escena. Tania volvía de hacer unas compras del supermercado, su cabello algo desaliñado aunque castaño parecía rubio frente a aquel atardecer y su rostro blanco se bronceaba; la joven caminaba despacio, al llegar a una bocacalle, muy cerca de su casa, se bajaron de un automóvil dos hombres y entre golpes y estirones lograron someterla. Inconsciente fue llevada hasta una casa oscura donde despertó. La vivienda era antigua y aparentemente abandonada, ubicada en un suburbio sin pobladores. Los raptores, la desataron, le indicaron que en el suelo encontraría una pistola, que la usase. No sabía el origen de la voz, pero sospechó que la estaban viendo. Solo es una pesadilla se repetía, pero frente a ella, a una distancia de dos metros había un hombre de rodillas, tenía la cabeza cubierta con una bolsa negra.

Aún no lograba volver en sí. La voz comenzó a dar gritos que rebotaban en su cerebro. Como un eco escuchaba «¡Dispará! ¡Dale un tiro! ¡ejecutálo porque si no te caerán a vos!» Era extraño todo aquello, una bomba de ansiedad, no era consciente de qué hacía ahí o por qué la eligieron a ella. En ese instante apareció un recuerdo como pincelazo en la memoria, de tiempos lejanos en los que observó a su madre –quien fuera protagonista armada en la guerra civil- mientras le enseñaba cómo disparar a quien fue su padre.

—Apunta hacia esa marca que te he señalado, —decía.
La señora había colocado un círculo en un árbol de laurel. Su padre disparó, pero no dio en el blanco. Expulsada del recuerdo volvió en sí. «¡Dispará! ¡Dispará! Si no aquí quedarán las dos.» ¿Las dos? Se preguntó. Dentro de la casa vieja, entre la oscuridad también tenían capturada a su hermana Lucía, amordazada, sin fuerza ya.

Cuando Tania estudiaba en el instituto, sus amigas insistían en presentarle nuevos amigos, gente que le ayudaría a conseguir trabajo y por qué no, un buen pretendiente. Debido a la presión, accedió. Claro, las citas eran a ciegas y con extraños. Como era la costumbre del cortejo acordaron un lugar, pero llegado el día de conocer a aquel hombre, no sintió la confianza necesaria y decidió no acercarse y retirarse del lugar. Desde aquel evento y durante varios días observó a unos jóvenes en unas motocicletas justo en el camino que tenía que recorrer hacia su casa, sentía un aire extraño, una sombra que medía sus pasos, la estaban siguiendo, sin embargo pensó que era paranoia.

Sentía que su cabeza daba vueltas como adormecida por alguna droga. Debía hacer lo que le ordenaran porque no solo estaba en juego su vida, sino también la vida de su hermana menor. No era capaz de ejecutar a aquel hombre con su cabeza cubierta. En cambio, lloraba y suplicaba no ser obligada a cometer ese crimen. De pronto, apareció un tipo desesperado, quien le arrebató el arma, sin mayor esfuerzo. Aterrorizada se inclinó para cubrirse. El hombre haló el gatillo. Una vez bastó, solo se vio brotar la sangre en aquella cabeza inerte. Nunca supo quién estaba dentro de aquella bolsa.

Al terminar esa experiencia, que las marcaría de por vida, las hermanas pudieron estar cerca. Lloraban. Tania prometió que estarían bien, pero no había salida. Cuando llegaron para llevarse a su hermana fue en vano todo el ruido de ambas. Solo sintió cómo la arrebataron de su lado. A empellones la metieron al automóvil. Esta miró a Tania con mucha ternura, de esa manera quería ser recordada y le transmitió el amor que sentía por ella. Los gritos se apagaron, no tuvieron piedad. Es lo último de lo que tiene plena conciencia, el resto, son recuerdos difusos de súplicas a las que nadie acudió, oscuridad, sangre y lágrimas.

Al despertar, estaba en un hospital. Le informaron que fue llevada por la policía luego de ser encontrada apenas con vida, debido a un impacto de bala en el pecho. Un dolor se avivaba en ella, no más profundo que el dolor del alma con el que cargaría a partir de aquel día. Fue víctima de secuestro, pese a lo que decían las autoridades solo ella sabe lo que vivió.

Por mucho que esperó, Lucía, su hermana menor, nunca volvió. En ninguna parte quedó su voz. Era una desaparecida. Las secuelas no se hicieron esperar, en todos lados veía la sombra de aquellos tipos. Las pesadillas constantes le cristalizaron en lágrimas. Poco importa lo que suceda, decía para sí misma, si se ha visto pasar aguas agitadas bajo el puente. Durante unos años huyó para esconderse. No supo quién fue el causante directo de su desgracia. En un primer momento acusó a sus amigas, pero con la distancia vino el perdón, para quien solo se involucraron de forma casual. Al ver su vida diluirse en el estrés postraumático, recurrió a una solución poco viable para que le regresara la comodidad, por eso hoy antes de colocarse su abrigo de jersey, se asegura que un arma esté en posición, haciendo fuerza contra el cinturón.





Sheila Lissette Guevara
 Santiago de María, Usulután.

Licenciada en Letras por la Universidad de El Salvador (UES-FMO), Maestra en Atención Integral para la Primera Infancia por la Universidad Gerardo Barrios (UGB). Ha sido docente en instituciones públicas y privadas de Educación Media, actualmente, se dedica a la docencia a nivel superior, colaborando así con varias universidades de la ciudad de San Miguel. Ha coordinado proyectos de Juventud y Teatro participativo. Como académica ha sido jurado en certámenes de oratoria, festivales de monólogos, entre otras experiencias. Ha publicado en la revista Laberinto UES, FMO. Poesía y un breve ensayo literario. Aparece en la “Antología Relatos Olvidados de Santiago de María” (2020) compilada por el escritor Walter Saravia.




Comentarios

  1. Pedazo de relato. Enhorabuena a la escritora por ese deleite.

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  2. Muy interesante, atrapa y envuelve en una atmósfera en la que se siente ver de frente el relato.

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  3. Magnífico trabajo Lcda. Sheila Guevara, estupendo espacio Denny Romero. Enhorabuena.

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