Yo el sarnoso | poemas de Óscar Ulises Fuentes

 

Paul Cézanne


Alcohólico anónimo


A un tal Lic.


Un enredo de espinas

me cubre la cicatriz enraizada

en la cuneta del hígado.


El fuego plateado del alcohol

me hizo caer 

dentro del desperdicio humano

apilado en las cárceles,

en los manicomios,

en los hospitales,

en esas casas de locos

repletas de ejemplares como yo. 


Un diablo de saco y corbata

cabalga mi viento de arriba para abajo,

montado en la explosión

de las carcajadas

del perro cantinero que soy. 


Con el alcohol no se juega.


Yo no supe entender el presagio

de las cicatrices 

en la cara arrugada del abuelo.


Hoy ya estoy parado

sobre el hormiguero.

Las picadas me suben

hasta el pedazo de cielo

donde cuelga mi única oreja.


El alcohol y su fuerza motriz

son el cadáver de un hombre en cuclillas 

atrapado en el fondo

de un gusano muerto.


Hay flechas rompiéndome la frente

desde mi nacimiento

en el hechizo con la botella.


En noches como la de ayer,

de truenos y relámpagos

y ausencia de luz eléctrica, 

suelo preguntarme:

Qué tipo de calendarios y amigos

dejé asomar a mis balcones,

después de que fui un niño sano y juguetón,

niño de calles de tierra

y carritos de plástico.


Hoy ya estoy quebrado de la clavícula.

Al dar un paso en blanco mis pupilas vibran.


Las venas saltadas de mis brazos vibran.


Soy amargura de choque

cuando escucho la mala palabra.


Su apodo es “café amargo”


Él lleva en la frente

la estampa del desgaste de los años,

extiende su brazo por completo

y lanza un bastonazo al imbécil más cercano.


Y nosotros

somos muy desconsiderados,

tiernamente crueles,

monstruosamente jóvenes,

nos aprovechamos de la circunstancia. Pobre hombre.


A cualquier hora del día lo ultrajamos,

nuestro vínculo con él es una burla;

lo provocamos con gritos

para verlo convertido en bestia.


Nuestra intención

es hacerlo sentir torpe

como un hombre genuino y estúpido,

y que aquello sea muy divertido.


Mala vida


La anciana saltó desde el puente,

y todavía se desploma boca-abajo.


Todas las avenidas

fueron su residencia,

su cama era cualquier andén,

cualquier charca su baño;

las tormentas fueron insectos

que le escarbaban la piel.


Quería borrar del mapa su mala vida y saltó.


Se abrazó fuerte

a la idea sólida del beso contra el asfalto.


Como si venirse abajo

contra el suelo tórrido de 150 metros de altura

no le rajara el cráneo, según ella todavía cae,

todavía tiene hambre

según ella, sumergida en la neblina del coma

deambula en paisajes grises,

con la espina gruesa

de su hambruna vida

atravesada en la boca del estómago.


Yo el sarnoso

No quiero lava del destino

dentro de mis botas.


Yo no quiero ser parte

de estampidas de cuerpos

varados en vida,

desfilando en ruidosas calles

de fiestas patronales;

porque yo

sólo necesito el ritmo

del ruido cristalino contra las paredes verdes

de mi soledad embotellada.


Y aunque en pleno vuelo

se desplomen sobre mí

nubes de arena,

ningún sol invisible

que busque opacar la luz

de mi vereda,

ninguna piedra carente de agua

entrará en mis botas;

porque yo masco tabaco

como quien vive feliz de estar enfermo,

me muerdo los codos como enfermo

y me basta.


Creo en el viento callejero

como fantasma que nos golpea

el rostro muy duro,

y nos lo acaricia con cinismo suave.


Sé que cuando en la lengua

me brota lo sarnoso,

requiero en el instante

una dosis de algo. Suficiente.


Oscar Ulises Fuentes. Quezaltepeque (1988). 

Estudiante de Educación con especialidad en Lenguaje y Literatura en la Universidad Pedagógica de El Salvador. Fue miembro del «Taller literario Altazor», de la Universidad Francisco Gavidia; pero donde encontró las herramientas que necesitaba para darle comienzo al desarrollo de su lenguaje, fue en el violento «Grupo literario Tezcatlipoca». Hoy por hoy, reside en Ciudad Delgado.


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