Los cerdos | Cuento de Álvaro Menén Desleal


Alberto Durero


El primero que encontró el papel fue el barbero. Lo halló tirado sobre el alcor, cerca del viejo molino. Recogió la hoja, que el viento y la lluvia parecían haber respetado, y leyó los gruesos caracteres dibujados con caligrafía enérgica. De allí bajó, ya con forma de cerdo.


El hecho alarmó a la mujer del barbero, quien subió luego al alcor acompañada de su suegra. Encontraron el papel, lo leyeron y comenzaron a dar pequeños gruñidos ¡Coin! ¡Coin! El maestro de la escuela se dio cuenta del asunto, y subió; también bajó corriendo y dando gruñidos. Después fue el policía, quien llegó al pueblo con su gorra de uniforme trabada entre las grandes y peludas orejas. Más tarde el carpintero, el molinero, la modista, el boticario, cuatro niños, once niñas, el inspector sanitario, etc… El último fue el cura, y su caso más patético: la negra sotana no alcanzaba a cubrir la cola rizada, que flotaba como una bandera a medida que el animal corría por las calles de la aldea, perseguido ya por millares de cerdos. Apenas se salvaron unos cuantos campesinos viejos y analfabetos.


La hoja de papel amarillento quedó sobre el alcor. Funcionarios de la capital del Estado, delegados de la Universidad, científicos y periodistas extranjeros y curiosos de los pueblos vecinos, se mantienen a prudente distancia sin atreverse a leer el texto mágico. De vez en cuando lo hace algún desaprensivo, sin que los oficiales del ejército puedan impedirlo; entonces corre otro cerdo colina abajo, hasta llegar a las calles del pueblo, que hoy es una inmensa porqueriza.



 


Álvaro Menén Desleal

No. 17, Octubre 1966

Tomo III – Año III

Revista de Imaginación.

Pág. 345

Comentarios