Wenceslao
Wenceslao es mi hijo no nacido. O lo era. Con el avance de la defensa de la vida, una puede nombrar a sus hijos no nacidos y asentarlos en el registro civil. Un Wenceslao Escoto está esperando nomás el soplo de la vida. Para hacerlo más tangible, hice una figurita de barro. Por aquello que quiero que esté en contacto con sus raíces. Pero también quiero que tenga un poco de agencia. Porque creo un poquito en las teorías de alcance medio de la Sociología. Entonces, espero y espero que llegue su soplo de vida y, con él, que cumpla mis sueños de mujer: ser madre.
Ayer nos reunimos las Madres Ideales (mi). Es un grupo de mujeres que amamos a nuestros hijos no nacidos y exigimos que se les reconozca como tales, con ganancias en el registro civil; aún nos falta que nos los acepten en las matrículas escolares. Pero la discusión se centró en que casi ningún hijo ideal tiene padre y eso nos preocupa. Verán, los padres son importantes, sobre todo en mi caso. Es niño. Y como niño, Wenceslao debe tener un modelo afectivo de varón. Alguien que le enseñe a ser un hombre, y eso solo lo puede hacer otro hombre. Discutiendo esto, le expliqué a mis co-tertulianas que pensáramos cómo hacer para que los padres de los hijos no nacidos se hicieran cargo. Porque los preparativos para las vidas que aún no existen son agotadores y necesitamos ese apoyo emocional.
“Necesitamos un decreto”, dijo Josefina, madre de la no nacida Teresa. “Necesitamos un reforma agraria, además”, explicó. Yo no entendí mucho. Pero ella dijo, que así como yo tenía mi muñequito de barro, cada quien debía tener su parcelita para tener sus muñequitos y su maíz. Por aquello de esperar los milagros. Yo asentí. Mientras tanto, Aurelia, próxima madre de Joselito, explicaba que lo que necesitábamos era tener miembros hombres en el grupo.
Aurelia increpaba en este tema, pero todas reíamos. Porque los hombres no tienen mucho que ver en la producción de la vida. Quizás un momento efímero, pero hasta ahí. En eso vimos que Wenceslao empezó a moverse. Nos dijo que él también soñaba con tener hijos. Hijos no hechos de barro. Que ser de barro le molestaba un poco. Pero que seguro vivir en cuerpo humano no estaba mucho mejor. Así que le parecía una opción viable. Que de dónde venía había un comité especial de padres futuros. Y que no se solucionaban las cosas. Que precisamente yo, no era la mejor madre, pero que qué se le iba a hacer.
Un poco triste, porque me gusta ser la mejor en todo, le dije que estaba bien. Que decidiera quién fuera su madre. Total, aún no ha nacido. Wenceslao me dijo que el asunto es que quería dos padres. Me sentí contenta porque, por lo menos, tendría varones a quienes admirar. Y sería doblemente hombre. Aurelia se llevó a Wenceslao, pues le dijo que tenía muchos amigos dispuestos a ser alguno de sus padres.
Josefina, por su parte, definió que mañana nos reuniremos a discutir la reforma agraria de las ciudades que queremos tener. Esa locura. Seguro no vendré.
(Del libro “De los problemas de enamorarse”, FyG Editores, 2019)
Ana Escoto. San Salvador (1984). Poeta y Economista. Participó en el V Festival Internacional de Poesía de El Salvador. Pertenece a la Casa del Escritor.
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