OTRA VEZ EL FIN | DOSSIER DE POESÍA JOVEN SALVADOREÑA (91-00)

Collage Kurt Cobain



Este dossier de poesía joven salvadoreña procura dar un vistazo a lo que sería la flor recién polimerizada que espera, pese al timón roto del mundo, dar su fruto en nuestra literatura. Se reúnen aquí voces nacidas entre 1991 y 2000 que inician su producción literaria al borde del fin de los tiempos.


Quizás sea temprano para hilvanar características de sus obras lejos de los referentes. Esta novedad los hace, por el momento, indefinibles como generación pues aun se construye su ideario estético y político -lo que define a una generación literaria-* pero no queda duda de que cada uno de ellos asume su lugar y su lucha de donde construye una voz propia a partir del momento histórico que les ha correspondido. 


Sin más que decir, los dejamos al disfrute de la poesía.


René Rivera

***


Diana Castro

San Salvador (1991)


Estudió Licenciatura en Letras en la Universidad de El Salvador, siendo parte de talleres literarios dentro de la Universidad. Participó en cursos de actuación y puestas en escena con la compañía de teatro Razamaya. En 2014 participa con el poemario “Levedad de Voz” en el certamen centroamericano de poesía Ipso Facto de la editorial Equizzero, resultando ganadora. Posteriormente tuvo la publicación del libro, en 2015. En 2017 publica con el Proyecto editorial La Chifurnia, “Una mancha roja”. Y en el 2018 para la revista costarricense “Pez soluble” en el número de poesía salvadoreña joven, entre otras revistas y medios digitales nacionales y extranjeras. Parte de su obra se encuentra inédita. 


El golpe en el escapulario


Se definió un viernes que la muerte

no es sino la interrupción de mi

irrupción en el acto de Semana Santa

en la escuelita de monjas y flores.

Con las alas mal puestas uno se emociona

y se pone a pensar en la cara de alegría

que se debe poner cuando la niña disfrazada

de Jesús salía de la cueva con la barba y los

brazos esbozados.

No sabía nada de calvarios, no sabía

de qué estaba hecha la cruz ni los lamentos,

sabía de mi traje de ángel blanco y de mis

manos que temblaban porque ya tocaba salir

y hacer como que se volaba y se regocijaba,

escondí mi cuerpo detrás de una sábana que

hacía de sepulcro.

Miré al fondo de la puerta de la escuela.

Eran los zapatos pequeñitos de mi hermana.

Eran los zapatos grandes de mi vecina.

Vinieron por mí esos zapatos, esos que reconocí

y que era lo único que alcanzaba a ver escondida

en el sepulcro esperando mi intervención angelical.

No pude volar. Me soltaron las alas y me llevaron 

en pleno viernes santo

antes de todo.

¡Ah, la santa voluntad de los abuelos!


Acerca de las hojas de hierba


Fuimos jóvenes malignos

Le cantamos canciones oscuras

A la madre

Caminamos vertiendo nuestra

Soledad en copas.

Explotando la noche,

Envenenando sirenas.

Hicimos de nuestro futuro

Una fiesta de muerte.

Y odiámoslo todo

Y jugamos a los malditos

A los ansiosos, a los reyes

De otros mundos

Pues nos deleitamos bendiciendo

La hora de la última danza:

Las hojas caen

                  Caen

                   Cayeron.




Lourdes Ferrufino

La Unión (1992)

Licenciada en Letras por la Universidad de El Salvador (UES - FMO). Se dio a conocer por el Certamen Literario de Mujeres «La flauta de los pétalos» (2015) organizado por el Centro de Estudios de Género de la UES. Dirige los ciclos de poesía “La Página Desértica”. Aparece en el Índice general de poetas salvadoreñas «Las muchachas de la última fila» (Zeugma editores, San Salvador, 2017) y «Poeta Soy» Poesía de mujeres salvadoreñas (MINED, San Salvador, 2019). Parte de su poesía se ha publicado en el Suplemento Tres Mil del Diario Co Latino, Revista Cultura n.º 121 y diversas revistas digitales. Obra publicada: «La Espina Etérea» (San Miguel, 2016) «Diluvio» (San Salvador, 2017), «Sahumerio» (San Salvador, 2021). Se dedica a la docencia. 


Primero de noviembre

                                   A mi ciudad postiza.

 

Manojos y reminiscencias brotan 

                       en medio de un gentío nervioso.

No sabría decir qué modifica este cuadro en particular.


El grupo de ancianas discute el precio de las flores

si llevar este color celeste o aquella terracota.

Pienso en el jardín de las delicias

los cuerpos los frutos la impresión carnal.

No sabría decir qué modifica este cuadro

si el aliento o el prodigio de ser foránea

si la brutalidad del día previo al festejo

si la muchedumbre merece

llevar el luto con flores pasadas de moda.


Es preciso conservar rituales 

antiguos instrumentos de la costumbre

existe una verdad perversa:

la ciudad es un camposanto habitable.


Comercio y magia


Transita una horda de muchachas

con paso firme frente a la catedral

tomadas de las manos

fatídicas

impolutas

expectantes

andróginas.


La más joven

lleva una flor iridiscente sobre su pezón.


En la acera un muchacho 

con camiseta de letras impronunciables

dos o tres demonios azules

contempla por azar 

la belleza de un pezón desafiante. 


El humus de un automóvil

nos despierta de ese leve sueño

interrumpido 

por un pezón enarbolado 

cual si fuese una abeja de luz.  



Canción para el hipocondríaco


No demores el sueño ni la conversación.

Pequeñas pestes

ingresan por los jardines 

en busca de tu tejido pulmonar.


Se hace tarde

las horas no te permiten

soñar con pájaros ficticios.

Apenas hay señales 

de un amor antediluviano

por el que vale la pena 

esperar con lámparas encendidas.


La casa enmudece.

Afuera regurgitan los transeúntes 

por piedad o desgracia.

Mientras vos soñás contento 

los enfermos 

meditan

copulan

se multiplican.




Denny Romero

San Miguel (1994)

Artista conceptual, gestor y divulgador cultural. Cofundador del proyecto «La Página Desértica». Organiza la «Mini Feria del Libro Lastenia García, Flores y Letras» y el «Encuentro Virtual de Poetas Miguel Álvarez Castro». Aparece en Torre de Babel. Antología de poesía joven salvadoreña de antaño. Volumen XV. Los apócrifos salmón y en Máquinas Breves y otras Perversiones. Antología de minificción. Muestras de su poesía se encuentran publicadas en la Revista Cultura Nº 125 del Ministerio de Cultura de El Salvador, entre otras. Obra publicada: «Kamikaze»  (San Salvador, 2021)


Catatonia

A Carlos Omar

Mis ojos son un horizonte inmensurable que 

            apresuran al amanecer.

De esa manera desafío la carne

y sus convenciones.


Sufro,

no lo niego.

Sufro como un niño

  frente al pacto cotidiano.


La lucha con el tiempo es hostil

y los caminos estrechos.

No necesitarás testigos

cuando famélico rompas los dientes de tu cansancio

contra la noche.


Hoy solo recuerda que envejecemos

y de súbito la familia quedará postrada en el olvido.

Entonces aceptar que se está roto

ayuda

a que el rocío llegue a los helechos.


 Sin título 


En memoria de Vladimir Amaya. 

Fraternalmente.


Cuando las piedras cantan

los pájaros son obsoletos.

Mi mascota es una pintura rupestre.


Poema de los vicios o ensayo de como atraer moscas con el aliento.


Aquí irá el epígrafe del gran poeta,

salvavidas de todas las palabras que caigan delirantes

y de las que responsabilizó

al anglicismo hispanizado en la punta de lo feo,

o sea, el título.

Al hecho de que la palabra semen y masturbarse

no sea tan bella como la palabra whisky 

o la palabra vodka.


Dejando atrás esa responsabilidad con el arte,

pondré algunas dedicatorias a mis amigos,

esos que sobrevuelan mi escupitajo de tabaco y cerveza.


Y ahora sí,

el poema:

Ma-me-mi-mo-mu.




Ana María Rivas

La Libertad (1995)


Formó parte de la extinta Escuela de Jóvenes Talentos en Letras patrocinada por la Universidad Dr. José Matías Delgado.  Fue miembro del Taller Literario Altazor y de otros talleres de poesía en los últimos años. En 2016, recibió el primer premio en la categoría de poesía en el concurso «La Flauta de los Pétalos», certamen de literatura hecha por mujeres, a cargo de la Universidad de El Salvador y el Centro de Estudios de Género. Parte de su producción figura en la compilación literaria «Sextante», en el área narrativa. Sus poemas han sido publicados en «Torre de Babel Volumen XV, Antología de la poesía joven de antaño», «Las muchachas de la última fila», antología de poetas salvadoreñas, y en la revista “Cultura N°121», de la DPI. Actualmente estudia Licenciatura en Artes Plásticas en la Universidad de El Salvador.


Una mujer


Cuántas veces huimos del mundo,

Cuanto tiempo nos quemaron las manos:

ejercimos largamente el oficio

de parir, hacer la cena, criar las bestias.


Nos confinaron a ser adorno,

en la sala de señores importantes. 

Mordimos la lengua ante el insulto,

contuvimos el puño, ante el golpe. 


Nos rendimos a limpiar los estantes más bajos,

y les chupamos su maldad entre lágrimas. 


Nos royeron el cuerpo,

nos dejaron desnudas,

en basureros, veredas y cañales. 


Fuimos violadas todas.

Por el padre, por el hijo, por los hijos de sus hijos.


Y nadie dijo nunca nada. 


En la hondura del silencio,

nos zurcimos las heridas.

Nuestro corazón era un remiendo

que se abría siempre, 

una y otra vez.


En noches más oscuras nos quemaron las alas. 


Coleccionábamos yerbas, hacíamos brebajes,

para curar a quienes fueron nuestros delatores.

Nos hallaron ejerciendo el amor entre el fuego, 

alzamos la voz y nos creyeron dementes

y por brujas y desviadas nos quemaron en la hoguera. 


Eran todos varones, hijos legítimos de Dios. 


Ceniza sobre más ceniza, 

fuimos una con el soplo del viento. 

Borraron nuestros nombres de las enciclopedias

ignoraron nuestros pasos en los periódicos importantes

guardaron nuestros restos en amplios cementerios 

donde nunca hubo una tumba,

un nombre,

una mujer. 


Un perro en el estante


Usted quiere una mujer con un perro en el estante.

Gesto amable,

palabra de miel 

y manos ligeras. 

Quiere un cuerpo dócil, 

prudencia en el modo 

y vestir de iglesia. 


Yo sólo sé reír de sus hábitos

y fluir en mi propio caudal de tiempo. 

Sé ofrecerle este cuerpo húmedo

cuyo único fin es transitar por la tierra.


No sé conversar sobre apariencias:

Yo busco la semilla de la imagen

y la hago florecer entre mis manos. 

Hablo de la niebla que apaga las ciudades, 

del reloj atrapado en su silencio

digo cuchillo en lugar de la palabra.

Hablo del día 

que vuelve a su puerta

y me toca los ojos para que despierte.


Y yo soy ese cuerpo que se instala en sus pupilas

soy la herida que se abre en su garganta. 


Usted quiere una mujer con un perro en el estante.

Una casa amplia

dos hijos,

para jugar en el jardín.


Yo no tengo jardín, ni perro.

Mi vientre es un valle estéril:

Aquí sólo sangrará la luna. 


Yo me visto del fuego que profiere mi lengua, 

me visto del tiempo que creo entre mis manos

Frente a usted, yo desnudo mis ojos. 



Cómplices


El templo está por arder:

nuestros labios se rozan y encendemos el fuego.

Y qué felices somos,

desnudas, frente al altar de la muerte.


Ven hermana, asómate al espejo

contempla la belleza con que creció tu semilla

recorre los campos hacia el sur de tu cuerpo:

deslizaré mis dedos sobre tus montes. 


Muerdo tu cuello y te escucho crepitar

lamo tus dedos que encontraron otro norte

yo soy tu viña, tu sed y tu vino

y habré de derramarme en ti.


Cierra los ojos y siente,

cómo nos acercamos al eclipse.

Niña mía, muévete en mis manos, 

haz que tu vientre florezca en mi lengua. 




Nelson Alonso

La Libertad (1997)

Egresado de la Licenciatura en Letras de la Universidad de El Salvador. Está a cargo del proyecto de difusión literaria Una verdad sin alfabeto. No ha publicado obra.


Historia de un tonto


El tonto en construcción llega al salón de clases:

mira a sus compañeros, saluda y no responden.

El ruido sigue como serpiente que rastrea un sitio 

para escupir el veneno. 

Alguien toma su mochila, 

termina en la basura 

y las risitas orquestan un dolor a escondidas.

Qué más da el desconsuelo del camarada,

qué más da la vergüenza que se extiende por años,

qué más da el sufrimiento porque es entretenido.

El nerviosismo punza cuando el cuerpo traiciona

y la imaginación vuelve con ilusiones de pólvora encendida.

El tonto, cuando llega a casa, 

mira el rostro de su padre que duerme

y en el fondo a su madre que muere por su ausencia.

El tonto guarda el odio reflejado en la escuela

y lo reparte a quienes nada tienen de culpa.

Un círculo ha venido al mundo,

las acciones giran bajo los pies del optimismo. 

Duele, cómo duele quedarse solo en este desierto.

La pena se repite, llora. 

Sin importar los años siempre piensa en su padre, 

su odio crece como un arbusto sin raíces. 

Y así baja al barrio que se rompe para sus pies de niño…

ya que luego la calle lo dejará descalzo.


Permanencia


Una señora está sentada en la hamaca del corredor:

la miro y ella mira a su hijo en mi rostro.

Dice que el alcohol es malo,

que Dios no quiere que sus corderos terminen perdidos.

Hoy, por suerte, anda sola:

el niño molesto de siempre se quedó en casa.

Ella me mira y yo miro la puerta mientras bostezo

(ahora sé que conocer la puerta no me hace experto de salidas).

Continúa hablando.

Me entero que extraña a su hijo,

que cuida a sus nietos porque lo ama.

Si supiera que cada día muere de tanto alcohol

ay, señora, cuántas lágrimas pariría de nuevo.

Sospecho que ya lo sabe,

y por un momento ensordezco de tanto oírla.

Se ha dado cuenta,

su mirada anuncia un incómodo silencio.

Se levanta,

se despide

y en el umbral de la puerta pronuncia con los ojos:

ojalá que mi hijo logre volver a casa.



El viento se levanta

(Basado en la película de Hayao Miyazaki)

Le vent se lève, il faut tenter de vivre.

—Paul Valéri

Se levanta el viento por la mañana,

el tren anuncia amor y desventura:

un sombrero atraviesa el vagón 

y el delirio surge de lo que siempre recuerdo.

Se mueve el mundo, 

truenan huesos en las entrañas de la tierra. 

El acero se descarrila, 

corre un rumor de lamentos 

y cuando la calma apenas fallece

una mujer agoniza por la enfermedad.

He soñado con aviones, 

con bombas y sobras de la guerra.

He soñado con viajes que no temen al cielo

y con personas libres de un cielo sin fortuna.

Pero este tren me encadena con ruido palpitante 

y la furia, ay de la furia que rompe mi certidumbre:

me recompensa con una pintura jamás terminada,

me toca el costado,

caigo encendido sobre el océano…

regreso a la colina gritando tu nombre

y entonces una sonrisa se diluye sin decir adiós.

Sabes, este pecho funciona como el tuyo, 

el juicio es mi esclavo de la última hora, 

hay alas de hierro que se queman:

y lo inerte en la tierra 

vivirá sobre el viento.


Fredy Tato Mejía

San Salvador (1997)

Estudiante del departamento de letras en la Universidad de El Salvador. Organizador de los ciclos de poesía en Sonsonate “La Función poética”. Miembro del Circulo Literario “TecoloT” y del Colectivo literario “Zenzontle”. Coordinador del Festival Internacional de Poesía Amada Libertad. Textos de su autoría aparecen en antologías artesanales en El Salvador y en la revista de literatura “El Pez Soluble” de Costa Rica. Tiene publicado el libro “√441”, por Vocalibus editorial, México 2019 y “Esclaramonde”, en la editorial Sion, Quezaltenango, Guatemala, 2020. Ganador de los XXI Juegos Florales de Chalatenango en la rama de Poesía (2020).


B.A.R.

La ciudad: 

silabario de colmillos.

Ortópteros del vicio 

pernoctan en el vientre 

de la madre bestia, 

de la teta del asfalto

devoran un manjar de ébano, 

sacuden las vísceras del peligro.

Ustedes conocen esta larva que cabriola el seso,

también maman de la gran ubre de la capital,

y viven en la gran gárgara de la insignificancia.


Anoche tentamos a la víbora tornasol

sin poder comunicarle 

a nuestras familias

que hemos llegado a casa,

— si entras a la bruma de la melodía

sabrás si son las flores del vicio

o el musgo de la incertidumbre 

los que crecen en nuestras muelas —

En los líquidos de la providencia

abandonamos el cariño

al encontrarnos flácidos entre la lluvia,

quisimos retoñar en la grava del adulterio,

pero los léperos claveles del amor

nos devoraron en cuartos separados.   

En la viscosa incubadora 

nuestros rostros madrugan 

obscenos y pobres. 


Cementerio clandestino*


A esta tierra 

le faltó leche

le faltó barrio

le faltó una cruz de oro.

Le sobró aire

pero le faltó vida.

Ahora todos respiramos una brisa ajena 

mordemos una tortilla más

vivimos de la ausencia de sus rostros.

No era para mí la sombra 

ni para vos la bestia,

pero nuestro fue el terror.


Por el noticiero

lo vi de niño:

sacaron un hombre

de la tierra,

le agitaron las moscas

y lo pusieron en las estadísticas.

Tiempo después escribí un poema sobre el mar

pero no era ningún mar; 

sí un charco de hombres infelices,

el muelle del odio en que estoy parado.


Me sigue la policía,

pudieron ver su rostro 

en mi rostro de maleante,

dicen que cargo la pena

de mis generaciones,

que me sigue la muerte.

Me sigue la policía

como me siguen los sueños

de mis amigos devorados.

Me falta barrio, mamá,

me sobra el plante de bicho,

no sé dónde recogí esta pena,

en qué gesto delaté mi hambre.

Me falta barrio, mamá,

me sobra aire,

déjame dejarte la brisa 

que en cualquier revuelta 

voy a desperdiciar.


*Entre 2014 y 2018, 116 personas murieron en 48 hechos considerados como ejecuciones extrajudiciales a cargo de miembros de la Policía Nacional Civil (PNC) de El Salvador, según reveló un informe especial publicado por la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH).  

- La prensa gráfica: Agosto, 2019

Cuarto poema bajo el mar


Sumerge las manos en la fosa más gélida

y de ella recoge un trozo de cieno;

en ese crustáceo petrificado vive tu enemigo.


Ahora sumerge la vista 

y nota cómo en la zona abisal 

merodea un calamar gigante: 

este ser amorfo 

sabe que has mentido

no existen esas orquídeas,

tus temporales pernoctan 

bajo las garras del abismo,

ningún pétalo de luz

ha rozado la polvareda.

Como un animal ciego y con miedo

el engaño ondea sus tentáculos

hasta alcanzarte,

 y atrapar tus minúsculos cuentos.

Preso, en la oscuridad

del lecho marino 

habrás de llorar

y dejar florecer un gusano 

que se alimentará de tus huesos.


Javier Fuentes Vargas

Santa Ana (2000)

Estudiante de Antropología Sociocultural en la Universidad de El Salvador. Ha participado en diferentes eventos y lecturas a nivel nacional e internacional. Su poesía ha sido publicada en diferentes revistas de México, Guatemala, Argentina, Eslovenia y El Salvador. Mención de honor en el festival internacional “Premio a la palabra” por “Duele Igual” (Argentina, 2019), Finalista del XVII concurso literario Gonzalo Rojas Pizarro por “Vaho” (Chile, 2020). Ha publicado: La muerte llegará (El Salvador, Artesanos & Editores, 2019) y próximamente “Vaho” (Estados Unidos, FlowerSong Press, 2021). Ha sido traducido al inglés y recientemente al esloveno.


VI


1

atreviéndome a romper el umbral 

busco, habitación adentro, 

un mar que me explique lo infinito

de la palabra infinito 

que no pude entender 

hasta que me batí en duelo 

contra una orilla


2

saber arponear el sueño

o un remoto país 

donde cabe toda la ternura


soñar con el entusiasmo 

desembocar en esta costa oxidada

que se termina 

cuando la puerta de la habitación

abre sus ojos


3

un cuerpo extraño 

fue escupido por las fauces del sueño


despertar ante el infinito de la orilla 

es inútil 

ahora que nadie abre la puerta

para devolverme la compostura 



Nunca volví a caminar veredas


“Rutina insoportable de pensar el final 

es solo alguien que saluda y que camina.”

-Zambayonny


Tengo un nombre que se desmorona entre mis dedos

y no sabe encontrar los pasos dados ayer,

cansado del camino se vuelve sedentario

sobre la lengua que lame huesos

para saborear la tierra.


Unos zapatos en el armario,

cansados de esperar a que mi nombre decida tener pies,

se vuelven la tierra que nunca pisaron.


mi nombre no se puede pronunciar en libertad,

son encierro las líneas que lo conforman.


Nunca volví a caminar veredas

por miedo a darles mi nombre.


El apocalipsis es el hambre en la cara de mi hijo

Hijo, acá los huesos son la señal de nuestra fe

la plegaria, el pan de cada día

el ritual de cada mañana es una venia a la soledad

el doblar rodillas: la esperanza de que algo caiga en

nuestras bocas.

Si la cruz que cuelga de tu cuello no te protege

lo hará la sangre derramada en su nombre, hijo

he aquí el caballo blanco

el séptimo sello de nuestra hambre

la mujer vestida de sol

es tu hermana muerta en la desesperanza

años atrás.

Hijo, tu llanto como trompeta en la mañana

nos anuncia que la noche no logró salvarnos

de la miseria

el fin de nuestros tiempos se acerca

y sabes que no necesitas de siete cabezas

para portar la muerte.



Notas:

* Feliciano Escobar. (1996). Presentación. En Deflagración Constante (9). El Salvador: Editorial Fantasma . 

Comentarios