Como un rompecabezas en desorden, arrojado al vacío, me fui olvidando de mi nombre.
Te vi correr con todas tus fuerzas en medio de la noche, te vi llorar por mi causa.
Corrías para alejarte de mí y yo te perseguía sin poder alcanzarte.
Te perdí de vista pero me guiaba por el rastro de tus lágrimas, que se hacía más evidente cuanto más avanzaba.
Corrí sin tener resultados.
Corrí en medio de la calle donde te vi la última vez.
Corrí cuesta arriba y contra las corrientes que alimentaban tus lágrimas,
hasta llegar a un puente que atravesaba un río interminable donde se perdían tus huellas.
Me encontré con un caminante que me dijo te había visto hechizada por el río,
que me dijo te había visto parada al borde del puente sólo para mirarlo,
y que en algún momento, que él no presenció, dejaste de estar allí
y en tu lugar había una flor que perdía sus pétalos como si alguien se los arrancara.
No supe qué responder y mi cuerpo caminó automáticamente al borde de aquel puente.
Traté de abarcar con la mirada la inmensidad del río y mis ojos se inundaron.
Cayó mi primera lágrima y el caminante dijo que había dejado caer uno de mis pétalos,
y que había dejado de ser un hombre y que mi cabeza estaba llena de abejas y mariposas.
Ya no pude responder, sólo la brisa se escuchaba cuando intentaba hablar.
Mi primera lágrima tocaba la superficie del agua mientras el ahogo minaba mis fuerzas.
Otra de mis lágrimas tocaba la superficie del agua y algo más se rompía en mí.
El caminante hablaba afligido como si tratara de convencerme de algo.
Mis sollozos llamaban a la tormenta y los pájaros huían de ella.
Mis palabras agitaban los vientos y las mariposas morían por ello.
Mis gritos partían los cielos con sus tambores de luz.
Y todo se partía en mí y todo se partía afuera.
Y los pedazos de todo volaban por todas partes con la inercia del vacío
y sin nada que pudiera detenerlos ni oponerse a que se despedazaran todavía más.
Como un rompecabezas en desastre se desprendieron mis pies del puente.
El cielo, roto en millones de partes, cayó como flores marchitas arremolinadas y dispersadas por el viento,
que cuando tocaban la superficie del agua le daban forma a la ruina.
Yo gritaba y me lo repetía con demencia, o pensaba que gritaba, que nada tenía sentido.
Yo caía o pensaba que caía y me ahogaba, tan mínimo como soy, tan fragmento, en las arenas de un reloj.
Yo gritaba que mi sangre me quemaba.
Yo gritaba que mi sangre me ahogaba.
Gritaba que mi sangre no era mía,
que mi sangre era tu sangre
y que guardaba un silencio tan profundo y oscuro como el agujero que antes contenía a las estrellas.
Gritaba que caía porque caía.
Y no luchaba aunque me imaginaba un hombre desnudo y desarmado que peleaba contra todos los hombres del mundo
y contra todas sus bestias.
Me imaginaba que luchaba y era herido,
que elevaba un rugir de tormenta en un cielo que se derrumbaba y nos lanzaba sus astros para acabarnos,
que caía y me levantaba y otra vez era herido,
que caía y pensaba que debía seguir en la pelea,
aunque nada tuviera sentido,
ni siquiera las palabras que alimentaban estos pensamientos.
Como un rompecabezas en desorden se repetían ciertas cosas en mi mente.
Como un rompecabezas sin sentido se pronunciaba un tictac en mi interior.
Se repetía, por ejemplo: “esto no es un reloj, es un corazón y ya no late”.
Se repetía: “yo he visto a las estrellas, son luces que llevamos sobre nuestras cabezas”.
Se repetía: “vi miles de ojos dentro de mis tinieblas”.
Y que una tormenta se avecina mientras huimos por el océano en una balsa mal armada.
Y que cuando la tormenta escampe seré el cuerpo breve de un niño tirado en la playa o el desierto.
Que esto no es un reloj,
si no nuestro tributo aterrorizado por el mar.
Que esto no es un corazón,
si no un arbusto raquítico que se mantiene en pie entre las grietas del asfalto.
Que esto no es un reloj, ni un corazón ni tendría que latir,
si no una mancha en el suelo que es tragada por la tierra,
si no una mancha en la pared y un vestido rojo y el partir del pan,
si no un niño y otro niño y todos los niños ofrecidos a la ruina,
si no todo el lodo que trata de asirse a las cenizas,
si no un montón de pájaros hambrientos que vuela en círculos a mi alrededor.
Y como hojas marchitas arrojadas al fuego, caía yo desde aquel puente.
Y la caída era tan interminable que olvidé el éxtasis de la misma.
Miré hacia arriba y vi el lugar que antes era el cielo tomado por las nubes.
Miré más cerca al puente que acababa de soltarme,
lleno de las flores que se dejaban caer con la calma de una lágrima en la mejilla de un niño.
Miré a mi lado
y vi otro montón de flores que caía pero que no parecía que cayera.
Me vi, entonces, rodeado de flores
y de sus pétalos desprendidos
y de los míos
y de la brisa cargada de llovizna
o de tormenta
o de los ruegos de todos aquellos que se lanzaban del puente.
Envejecimos mucho, nos marchitamos.
Pareció que dejamos de ser flores.
Hubo un destello por todo lo alto.
Entonces fuimos estrellas que colapsaban,
que morían
y aún así no paraban de colapsarse,
hasta que un abismo se apoderó de nuestros cuerpos,
y un hambre tan feroz
que nos dejó en la más total de las oscuridades.
Entonces ya no supe nada acerca de mí hasta que me vi tragado por mi propio abismo.
Entonces me vi en un cuerpo parecido al mío pero que no era el mío.
Entonces vi que uno de tus cabellos se agarraba a mi garganta
y me supe un hombre colgado del cuello a la rama de un árbol,
me supe asesinado por el poder las leyes
de la propiedad de unos hombres sobre otros.
Me vi sofocado por una destrucción interior
que agitaba sus espumas en mi boca
y me hacía temblar todo el miedo
y el agujero del abandono y la desesperanza.
Me supe un niño, sólo un niño,
obligado a trabajar hasta ser ceniza.
Me supe un niño
seducido por los genitales de un monstruo.
Me supe un niño
golpeado una y otra vez por quienes debían protegerlo,
amparados en la invasión de sus sangres en su sangre,
y por el valor de sus manos para fabricar los mundos
de todos aquellos que debieran darle uno.
Me supe una mujer suspendida a un puente,
hipnotizada por la música de un río.
Me supe en el ahogo
y en la lucha de mi cuerpo contra el agua
hasta que no fui más que una mujer que duerme
y flota
con las ondas del agua tomadas a la espalda,
como alas para volar lejos de este cuerpo
del que salté para liberarme de una vez por todas.
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