SILENCIO | UN CUENTO DE MARIBEL CASTILLO.

 

Edvard Munch

Mi padre está muriendo. Ha estado muriendo desde hace años, pero hoy la muerte realmente se ha parado a un costado de la cama a verlo morir, la veo frente a mí que he velado durante horas aquel cuerpo que pronto exhalará su último aliento.

No recuerdo haber visto a mi padre como aquel día, como ver a un desconocido cuyas arrugas han sido dibujadas en sendas muy distintas a las mías. Lo veo pronunciar palabras inarticuladas y convulsionar mientras espuma sale de su boca, yo lo limpio con paciencia, es lo último que puedo hacer por él cuando aún sigue con vida.

A mi madre casi no la recuerdo, nos abandonó cuando era pequeño poco antes de que se firmaran los Acuerdos de Paz. Nunca volvió, así que aunque siempre quise tener una madre no representó para mí más que algo que debía perder.

No he podido llevar a mi padre a su consulta por la diabetes y su neumonía desde hace dos meses, dos meses que ha venido empeorando y las pastillas ya no le hacían efecto así que se las cambié, pero sólo afectó más su salud; dejó de dormir por las noches y una fuerte tos lo despertaba, era tan fuerte que temía que se ahogara con su propia saliva. Así hemos pasado encerrados sin poder salir más que a comprar alimentos y a la farmacia, así nos hemos quedado encerrados con nuestros demonios más profundos que atacan más que cualquier virus.

Mi padre ha sido un hombre trabajador, hoy no parece aquel varón que me enseñó tanto de la vida. Su piel se ha pegado a los huesos, sus ojos se han hundido y sus ojeras forman una media luna oscura, atormentadas por las noches o por silencios que perforan ahora su corazón.

Solo he escuchado ruidos de ratones caminando por el techo, esos chillidos han despertado muchas veces a mi padre de profundos sueños. “Deberíamos conseguir un gato” susurra, apenas lo escucho, cuando al encender la luz dos enormes ratas se esconden apresuradamente después de mirarme con sus ojillos pequeños de soslayo.

Lentamente me acerco y tomo su mano para examinar su pulso, un quejido ahogado sale de su pecho, ya no abre los ojos, ya no los volverá a abrir jamás, ya no volverán a verme con culpa detrás de aquella mirada teñida de silencios.

Una mañana mientras mi padre dormía me dediqué a buscar el raticida que él guardaba, aunque no recordaba exactamente dónde, ya que los lugares donde lo vendían permanecían cerrados por la pandemia no tuve más remedio que dedicarme a su búsqueda. Y fue ahí entre una cesta vieja colgada del patio donde lo encontré; había toda clase de cosas viejas y oxidadas, botellas, botes de pastillas, clavos, un martillo y una vieja cartera de hombre. Esta última la examiné minuciosamente, era una cartera vieja de cuero, enmohecida, tenía grapas en las bolsas y al revisar en su interior una fotografía yacía pegada, pero todavía se podía distinguir el rostro de una mujer joven.

La lluvia ha caído constantemente desde hace varios días y el sonido de los árboles meciéndose con el viento también ha molestado a mi padre, quien continuamente se levanta y pasea por el corredor con el alma desnuda y los pies helados y descalzos; yo lo observo desde la ventana de mi habitación, parece un viejo león enjaulado.

La tormenta Amanda se ha lanzado con furia sobre los techos de las casas, se escucha como si quisiera despegarlas y lanzarlas al fondo de la nada. Hoy por fin le pregunté a mi padre sobre la vieja fotografía encontrada en la cartera, la miró un momento y lanzó un suspiro que, inmediatamente se perdió bajo la lluvia. Se perdió un instante en sus recuerdos y trajo consigo un puñado de ellos en un saco y lo colocó junto a mí, invitándome a abrirlo.

Después de un profundo silencio de palabras en las que solo se escuchaba la tormenta Amanda arrastrando las tristezas por las calles desoladas, mi padre comenzó a toser fuertemente, me pidió agua y luego se sentó al borde de la cama. Fui por su medicina y se la di en estado puro, la tomó sin exhalar ni una queja, pero después de unos minutos comenzó a convulsionar de manera catastrófica. Me quedé a su lado mirándolo y enfrente de mí vi la muerte susurrando algo a sus oídos.

Levanté el bote que tenía en mi mano y me di cuenta que era el raticida que le había dado y no su medicina para la neumonía, me quedé estupefacto un momento pero el remordimiento no llegó a mí, así que solamente estoy observando el momento en que su alma se entregue al Creador; pero al final se arrepintió de todo, el encierro de los últimos días había terminado con su paciencia y desató sus más profundos demonios.



Lo que mi padre me confesó esta noche fue que mi madre no había huido con otro hombre como me había dicho siempre. Ambos eran muy jóvenes cuando se conocieron y al vivir juntos se dieron cuenta que no estaban hechos el uno para el otro, ella pensaba que con él resolvería todos sus problemas económicos y él que la belleza de su mujer permanecería, pero nada de eso fue así.

El físico de mi madre sufrió una transformación luego de dos años de matrimonio, aquella hermosa Venus se engordó, cortó su cabello largo, rubio y lo tiñó de negro tal como empezaba la moda de aquellos años. Cuando salió embarazada de mí su esposo sufrió una transformación espiritual que lo llevó a las garras del alcoholismo y nunca más salió de ahí.

Después de mi nacimiento comenzaron los problemas económicos, mi madre se quejaba por no haberse casado con un mejor partido y mi padre lleno de sus reproches se sumergía más en el alcohol. Una tarde mi padre llegó borracho a la casa y empapado hasta los huesos, yo lloraba enfermo en la cuna y mi madre lo recibió con tanta ira en su interior que comenzaron a pelear y en un momento de arrebato mi padre tomó un cuchillo y se lo metió en el cuello a su esposa, la cual murió instantáneamente. Bajo la torrencial lluvia mi padre la enterró en el jardín donde aún yacen sus restos y ahora en medio de su encierro los demonios desenterraron sus más profundos secretos.

Llamé para informar de su fallecimiento y de sus síntomas que había presentado en los últimos días. Mañana mi padre será un número más de la lista de fallecidos por Covid-19.

Maribel Castillo Ciudad Barrios, San Miguel (1994). Poeta y cuentista. Licenciada en Letras por la Universidad de El Salvador. Fue miembro del Taller Literario Zarza y del Taller Literario Apenas la Voz. 
 
En el 2016 obtuvo una mención honorífica el Certamen Literario de mujeres “La flauta de los Pétalos” en la categoría de cuento.

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