CRÓNICA DEL POETA FRUSTRADO CONTADA POR ÉL MISMO | CUENTO DE OMAR CHAVEZ.


Pintura: Giorgio de Chirico

La primera referencia literaria que recuerdo a la perfección es la de mi tío Juan. Mi tío solía pasar horas recitando poemas que había oído por la radio, toda la familia se volcaba alrededor suyo para escucharlo con enorme atención y detenimiento. Eran largas jornadas donde no podían faltar los poemas “clásicos” de “El seminarista de los ojos negros” y “El brindis del bohemio”: Si bien mis primeras referencias no fueron las mejores ni por las que tenga que sentirme orgulloso, lo cierto es que me sirvieron de trampolín para adentrarme a un mundo que poco a poco iría interesándome cada vez más.


Mi padre siempre fue un ávido lector y, aunque puedo decir que nunca tuve una influencia directa de él, ésta imagen me marcó profundamente. A principios de los noventas aparecieron los Periolibros, que mi padre guardó con recelo. A través de ellos tuve acceso, a bajo costo, a poetas de la talla de Neruda, Pessoa, Scorza y Darío. Al mismo tiempo salieron a flote mis primeros intentos literarios. No hube andado mucho para darme cuenta que necesitaba una opinión ajena a mi familia acerca de mis noveles poemas. Hasta entonces yo no sabía mucho, mejor dicho, no sabía nada de literatura, en especial de poesía. Desconocía elementos básicos como estructura del soneto, endecasílabos, tipos de rima y, sobre todo, tenía una pésima HORTOGRAFÍA.


Un día apareció sin mayor preámbulo un poeta venido de un largo exilio en París de apellido Rasquín. Rasquín tenía ese acento característico de aquellos que pasan largo rato fuera de su patria. Fue él quien me mostró “la forma de escribir poesía”. Un día se acercó a mí y me dijo:


Necesito unos poemas tuyos para publicarlos en una antología que estoy preparando¬.


Por supuesto, ni lento ni perezoso accedí de manera casi espontánea, guiado por la emoción de ver mis poemas plasmados en el papel de “un libro serio”. Mas no sabía que esta sería la debacle de mi frustrada carrera como poeta. Efectivamente, el libro apareció a las pocas semanas y con él mis poemas (si es que acaso aún puedo llamarlos míos). Recuerdo una oda que escribí a mi madre de 1500 versos convertida en un diminuto haikú, hubo otro poema que lo único que quedó fue el título. Quizás las intenciones del poeta Rasquín hayan sido las mejores pero a mí terminaron decepcionándome totalmente de mis poemas. Pasó largo tiempo antes de que pudiera dedicarme a la escritura nuevamente.



Así como así, vinieron los certámenes y concursos literarios, decidí poner a prueba mis creaciones, por si fuera poco, ahora venían a demostrarme éstas competiciones que yo no estaba hecho para la poesía. La mayoría de los concursos donde participé los perdí, el resto fueron declarados desiertos.


Por aquel entonces llegaron a mis manos los grandes poetas franceses de todos los tiempos: Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Apollinaire, Válery y Villon. Fue por esta época que conocí a muchos jóvenes que gozaban de cierto prestigio y que se hacían llamar surrealistas, cubistas, dadaístas, contorsionistas y hasta un nuevo movimiento de pornopoesía que al parecer no fructificó. Eran momentos difíciles en los que me debatía en la forma de corregir mis textos, guiado en lo mejor de cada una de estas escuelas. Jamás logré comprender versos como:


Amo el rascacielo dormido en la tormenta del iceberg

que pende del trinitrotolueno

para besarte por completo las nostalgias


Aunque ya había leído los manifiestos de Tristan Tzara y André Breton creía que aquellos versos eran la exégesis a todas mis dudas: escribir sin ser entendido.


Siempre tuve presente que uno jamás es profeta en su tierra y que para triunfar hay que volverse cosmopolita. Discurrí que la mejor opción sería embarcarme a Francia, ya otros grandes poetas lo habían hecho antes: Borges, Vallejo y Cortázar son algunos ejemplos concretos. Si bien mi francés se limitaba a sil vous plait y Je m`appelle nunca consideré aquello como un freno para mi cometido, pero el recuerdo de Rasquín hacía mella en mí. A fin de cuentas, no viajé a Francia. Lo más lejos que llegué fue a Nicaragua. Allí conocí lo mejor de la joven literatura centroamericana. Rápidamente entré en contacto con un colectivo que manejaba una excelente revista cultural a la que me convidaron a publicar. Fueron largas noches donde departimos entre ron, libros y versos. Fijé mi residencia temporal en León, pues aquel lugar me parecía ideal para poder tramar mi literatura. A los pocos meses de mi llegada recibí una carta de Managua, donde mis antiguos camaradas me informaban que por culpa de mis poemas se habían visto obligados a cerrar su revista por considerarla un atentado contra la moral. Antes que pudiera decir algo, ya me habían corrido a patadas de toda Nicaragua. Regresé a mi patria totalmente asqueado de mi experiencia internacional. Estaba convencido que mi poesía jamás sería comprendida. ¡Los genios siempre se adelantan a su tiempo!


Corría el año 2007, contaba con 24 años y no había publicado nada que valiera la pena. Tampoco gozaba de fama ni prestigio literario alguno. Aquello no podía continuar así, presenté mi carta de renuncia en el trabajo para dedicarme por entero a la poesía. Con el dinero que recibí de indemnización saqué a flote mi primer libro. Nunca he estado de acuerdo con las autopublicaciones, pero en aquel momento esa idea me pareció la única solución a mis problemas. Con mucho esfuerzo logré colocar mi libro en los estantes más importantes del país. Se me hinchaba el pecho de orgullo al verlo junto a obras como Cien años de soledad y El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Sí, junto a esos monstros de las letras castellanas se alzaba pulcro y victorioso mi Pasado Meridiano. Día a día los libros vecinos cambiaban constantemente, ya fuera para colocarlos en un lugar mejor, ya fuera para mostrarlos a un cliente interesado o porque sencillamente se agotaban las existencias, solo mi Pasado Meridiano permanecía inmóvil. Estaba seguro que los reclamos no tardarían en llegar, y así fue. Recibí llamadas de las partes más insólitas (digo esto porque no sé cómo ni cuándo mis libros habían ido a parar a tiendas de artículos sexuales). Al parecer, mi obra era invendible y no servía absolutamente de nada. Frustrado, con deudas y sin dinero hice algo que solo recordarlo me causa enorme vergüenza: me dirigí a la compra-venta de libros usados, pues estaba seguro que ahí recibiría algo a cambio de ellos. Luego de examinarlos el dueño del negocio me dijo:


Hijo, aquí no compramos estas cosas, a la vuelta hay una recicladora y compran el papel por libra.


Hubiese deseado tener fuerzas para romperle la cara a ese tipo, pero sus palabras me habían derrumbado física y emocionalmente. Muy a pesar de mi orgullo me dirigí al lugar indicado, temeroso que tampoco ahí aceptaran mi trabajo. No hube dado diez pasos cuando tenía sobre mí a tres sujetos que amablemente me ayudaron con la carga. ¡Siete dólares! ¡Eso fue lo que me dieron! ¡Siete míseros dólares que no me alcanzaban siquiera para pasar la semana!. Decepcionado de mi suerte resolví no dedicarme más a la poesía y aunque la decisión no fue fácil (pues a causa de ello pasé tres semanas postrado en cama) aquello resultó ser la cura a todas mis desdichas, conseguí trabajo, dinero, pero sobre todo paz.


Ahora pienso dedicarme al cuento, si bien mi experiencia en esta rama de la literatura es nula, me he propuesto ganar un concurso literario con mi Crónica del poeta frustrado contada por él mismo, que acabo de escribir. Espero tener éxito en esta empresa, pero ello solo el tiempo lo dirá.





Omar A. Chávez San Salvador, (1987). Doctor en medicina por parte de la Universidad de El Salvador (2018), actualmente cursa la especialidad de Ginecología y Obstetricia en el Hospital Nacional de la Mujer “Dra. María Isabel Rodríguez”.


Fue miembro fundador del extinto Taller Literario Sierpientemplumada. En 2010, junto al poeta Carlos Alejandro Flores, funda el proyecto editorial EquiZZero, el cual dirigen hasta la fecha. Su obra ha sido publicada en revistas y antologías, sin embargo, la mayor parte permanece inédita. En 2017 resultó ganador de los XXII Juegos Florales de La Unión, en la rama de poesía, por su poemario: “Monologo sobre una conflagración y un epílogo”, misma que fue publicada por la Dirección de Publicaciones e impreso (DPI) en 2018.


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