Pintura: Denny Romero
PAUSA PARA EL FINAL
«Entonces está el amanecer
Y una fría soledad en la que
Caben la alegría, los recuerdos…»
Julio Cortázar.
Esta noche las moscas danzan sobre mi alma cariño y llega un leve rumor de mar a través de esa ventana que llamamos recuerdo. Araño la arena de la sábana como si en mis pesadillas perdiera una pelea milenaria.
¡Vamos! Es injusto este silencio ensordecedor, este silencio que sabe a saxo lúgubre, a noche de campo abierto donde mudas flechas me han herido el corazón.
¡Es la noche de pálidos autobuses! ¡De tímidos luceros! Es la noche de amantes que se besan en el asiento último del autobús de su desesperación. Es la noche de luna azul que desciende como un ángel exterminador. Es la noche en la que no estás pero tu sombra pisa las calles de esta ciudad dinamitada. Escucho tus pasos y la depresión que me dejaron tus huellas.
¡Hay hombres que sufren heridas mortales cariño! Deambulan ya tarde como vagabundos del karma en los parques de la inmisericordia. Hay hombres –amor- que tienen frío, hay hombres que no conocen la soledad y están solos también de su propia vida y llevan la ciudad tatuada en el pecho como una marca blasfema ante el ojo de dios.
Es aquí donde se levantan urbes de fracasos que toman la forma del progreso. Vaya y uno quiere llorar. Desarmarse pero solo hay materiales con los cuales construir la frustración. Vos misma cariño dejaste el otro día en calidad de donativo mil pies cúbicos de tristeza y esos mosaicos japoneses de atardeceres que llamamos buenos momentos y vaya que después de todo no soy tan mal arquitecto.
En efecto, esta noche hay moscas cariño y no hay techo y el cielo está apagado y tengo un hueco en pleno ombligo donde se me desangra la vida. Pero esta no es una batalla perdida, es una batalla más en la guerra de los cien años y también soy algo que se cansa y entonces está el amanecer y una fría soledad en la que caben la alegría, los recuerdos…
SIVAR TOWN
I
Abandonado frente a la arquitectura de un árbol, en pleno barrio Zurita, subiendo de tus propias cicatrices. Es mejor –repetís- caer de haber andado tanto que morir plantado de pies como una estatua. Entre la inmisericordia de un claxon que atraviesa la calle a la velocidad del sonido para estrellarse contra tu pecho y esa hora que llaman las siete de la mañana, despiertas abrumado por el desfile de la carne.
Desde tu oposición ¿qué oropéndola no sabe a sueño irrealizable? Venido a menos de tu propia noche donde sangrientas y heladas ráfagas de fuego quebraron la garganta de las Gorgonas de la ciudad. Que noche de insomnio para clavarte los dientes en pleno cuello y desangrarte a plena calle, sin sombra apenas con una sudadera de espanto. ¡Vaya! Y llorar un mar de llanto era imposible porque la noche era fresca y seca como una semilla.
Zahara de tanta soledad eran los bares donde caías en la cuenta cuando ya era demasiado tarde, rumeabas los bolsillos esperando dracmas que te sacaran del apuro, pero era la noche, azul de tanta miseria y te sacabas los golpes de la manga de la camisa como quien se saca una caricia.
¡Extraña forma de morir es la vida! Y los ángeles apostados en cada esquina veneraban su puro de marihuana. Verdes hogueras de humo donde el hastío disparaba hacia arriba su colilla.
¡Hermano de nubes viajeras! Que cielos siniestros jugaban a dejarse desnudar por la luna. Y las iris de sus ojos estaban ahí con vos, blue in Green, vos sabías y aquella canción que odian todos los desesperados.
II
Salvo el crepúsculo todo marcha perfectamente y el día es un hilo blanco atado a los tobillos, un hilo invisible de tanta anchura que se ata a cada costra tras los pasos. Un paso es una pisada en el aire, una huella en un vacío tierno como un muslo.
La calle ancha de tan pequeña ruge como el largo suspiro de un dragón milenario. Un ejército de rostros acomete la tarea de los pasos ¡y a dónde van a sí sus pasos si el destino es una línea tan pequeña y tan lejana que nadie ha llegado nunca a su destino.
Mañana a blanco y negro. Brisa y sonrisas que despiertan la envidia. El fracaso es un sombrero donde no cabe la limosna y el gesto una mímica ante las cantinas que solicitan muchachas jóvenes como ofrenda de guerra.
Los músicos tocan sus cuerdas y sus teclas y de paso se quedan mudos ante el estático y frío ojo de una mosca. En el infortunio de la escasez de la plata alguien despierta en su bolsillo a su última moneda. Un trago de despedida.
Y el tic tac del corazón nos avisa que se hace tarde para la esperanza. El hogar es también lejano cuando una enmarañada cabellera nos saluda desde atrás de los barrotes de una celda
En la avenida desfilan todos los años de tu vida y aún así solo la huella húmeda de tus pasos te acompaña. La desesperación es la quietud de esta ciudad inmóvil donde hasta los pájaros amanecen grises y hasta donde los payasos la entristecen.
Este es el ideal del dolor, la posesión del objeto como forma, de la ciudad como metáfora inenarrable, la ciudad como una partícula sub atómica donde nada significa nada, la ciudad donde pululan cadáveres vivos y muertos y la fetidez es el oxigeno de todos los días, la ciudad de los códigos de barras y los suicidios ejemplares donde los peones avanzan sin defensa.
La ciudad barco que se hunde.
III
Pálidos, grises, las cabezas de los ángeles son fósforos que se encienden en la negritud de esta tormenta, ¿a dónde van los desarraigados del asfalto? ¿Qué hago con estas direcciones que no llevan a ningún sitio?
Asidero de posibilidades
El cuerpo es una vasija vacía que transita en esta ciudad que se hunde como un barco en la espesura del océano.
Sivartown rostros y glaseado, horno de pasiones. Sivartown, el hasta luego y el hasta nunca.
Sin mácula El Salvador se retira a sus cuarteles de invierno.
Fiesta sin limitación
Estás aquí cuando la música suena alto y no bailás y repetís que «los tipos duros no bailan» que sos el malo de la película» pero todo es falso
Falso el valor
Falso el orgullo
Falsa la hondura de tu desesperación
¿Qué hacés en Sivartown a la hora de Sodoma?
Cagarte de miedo, hundir el diente entre el sopor de la mierda y la orina
Tus amigos dicen que el riesgo es innecesario, que en las fosas marianas existen los peces abisales ¿existen los peces abisales?
Los otros dicen que el infierno está pasado de moda, que el diablo no asusta a nadie y que los estallidos sub atómicos son falacias de la ciencia
Vos esperás que el cristal del cielo no se rompa y comience a llover estrellas y materia oscura, que no llueva noche tan fuerte que tape las alcantarillas y todos comiencen a ahogarse.
Creéme es el último siglo de las luces.
Más tarde todos estarán ciegos y caminaran por estas ciudad a tientas y todo estará perdido: nadie hallará a nadie y el infierno será un tono más claro que el blanco o más oscuro que el negro.
Ernesto Escobar. El Salvador, Sonsonate, (1990). Estudiaba licenciatura en periodismo en la Universidad de El Salvador. Miembro fundador del círculo literario Letras Libres (extinto) y miembro fundador del círculo literario Cuervo Cínico (extinto). Ha publicado Los Imperios del silencio (2018) Editorial Equizzero
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