Ilustracion: Lichtenstein
Por Roger Guzmán
VIII
SE ACERCÓ, me arrebató y tiró al suelo la almohada que me protegía. Me palpó a través de la ropa. Me bajó el zipper.
–Quitate el pantalón -ordenó, –no lo voy a hacer todo yo.
Embriagado, obedecí y me lo quité. Me quedé sólo en camisa. También me pidió que me la quitara. Quería ver a un hombre real completamente desnudo. A real se refería a no verlo por la televisión o en alguna revista u otro medio. Quería verlo en vivo.
Ella se deshizo de su ropa interior. Me dijo que la tocara. Lo hice muy tímidamente aunque deseaba lanzármele y tirarla a la cama y tomarla. Toda mi sangre, toda la fuerza de mis latidos, todo mi interior trataba de salir por mi garganta, por mi boca, por mis manos, por mi pene. Pasó su mano muy suavemente por mi miembro a punto de explotar. Se acercó más. Me abrazaba. Se dejaba acariciar.
Se quedó quieta por un rato mientras acariciaba mi espalda y tomaba mis glúteos. Sus manos se aferraban a mí. La película seguía con su monotonía de gemidos. Me empujó a la cama, caí, besó mis testículos (jamás alguien me había besado ni me ha besado los testículos como lo hizo ella). Me estremecía. La puta película seguía con sus gritos sobreactuados. Ella respiraba con suavidad. Yo apenas podía con mis pulmones. Ninguno de los dos gemía como lo hacía el televisor. Se acariciaba el rostro con mi miembro. Yo explotaba. Ya casi explotaba. Me trataba de contener pero ya casi explotaba. Se puso sobre mí y comenzó a rozar sus genitales con los míos. Y ya no pude más.
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