Artista: Natalia Alejandrina Blanco*.
Epifanía
Sin percatarme se aproximaba
con la serenidad del tiempo
y la gracia del sigilo.
El brillo de los astros al amanecer
se posa en mí pecho como impulso vital.
Luz ultravioleta me custodia,
la tibieza de su voz endulza mí olfato
llamándome a la vida, menciona mi nombre.
El tañer de las rosas en primavera
eran para mí, solo para mí.
Y esa suavidad sosegada
derrumbó el turbio mar de mis pensamientos.
Libre de reclamos, el umbral se abría ante mí
los minutos convertidos en gozo,
el tic tac del reloj en jubilosas risas
mis pies floreciendo en cada paso,
mis labios frondosos bosques de palabras,
invisible tu presencia desborda mí cosmos.
Protesta de una llaga
Cual criatura infantil mis llagados lamentos
impregnan los lugares.
Agua encajonada teñida de envidia
y el batir de mí corazón impulsado por el celo.
Sostengo mis huesos y mi carne desvencijada
mis manos se alargan, luego empuñan
el silencio, la indiferencia y el reclamo.
Esa herida que vocifera, calcina los caminos
y la decrepitud se instala en mi espíritu.
Aunque quiero compartirlo,
el enfado me pertenece
es solo mío.
Avidez
Apareces como la frenética sed,
remueves la tierra, escudriñas
y en las curvas sonoras reposas
en brevísimo instante, despiertas.
Abres paso como el incendio
contigo no hay tregua
sometes tu aliento y continúas
ves más allá de la urdimbre
destejes, miras los hilos y te complaces.
Caminas rumbo al atardecer
como el fósforo desapareces
en la quietud de las aceras.
Alquitrán que palpita
Un sorbo de agua me sustenta
cavilo mientras escucho
el ronronear de las fieras citadinas:
soundtrack de los eternos instantes.
El asfalto es la piel de mis días
la destreza de los edificios me protege
cuando la luz solar se pervierte en la atmósfera.
Las nubes marchitas merodean
y un puñado de aves se desflora.
Es la agonía la que habita los lugares.
Son las sombras las que iluminan la noche.
El luto es un habitante distinguido
que recorre las grietas de nuestras manos.
El silencio se deposita en las bocas
las lágrimas muerden las mejillas.
Y dibujamos la vida
mientras recorremos la piel hecha asfalto.
Un día de estos
Vendrás a mí, con el regocijo de la espuma marina.
Vendrás a mí, como la brisa del suspiro.
Vendrás a mí, como el destello de una sonrisa.
Vendrás a mí, con el sigilo de las aves que beben de la fuente.
Vendrás a mí, en el vaivén de las hojas del otoño crujiente.
Vendrás a mí, como el gélido resplandor de la aurora boreal.
Vendrás a mí, cuando sumerjo mí ser en el sol altivo.
Vendrás a mí, en el sorbo del vino que se desliza por mi garganta.
Vendrás a mí, en el tibio resonar de las campanadas lejanas del ayer.
Vendrás a mí, en el agua que se desliza a través de un grifo para difuminarse.
Vendrás a mí, en los espíritus que rondan mis pensamientos.
Vendrás a mí, en forma de constelación que recorra mis recuerdos.
Vendrás a mí, en el olor a papel de los antiguos libros.
Vendrás a mí, en el tropel de la infancia que se ausente leve.
Vendrás a mí, en forma de crepúsculo, tolvanera o incendio.
Vendrás a mí, una y mil veces, hasta que decidas no marcharte.
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