ILUSTRACIÓN: DENNY ROMERO
POEMA: NELSON ALONSO
Para
Lucio y Adonay.
Todo
es un regresar a través de los pasos,
mil
novecientos ochenta –mil novecientos noventa y dos,
un
viaje inconcluso por la espalda de la bestia.
—Josué
Andrés Moz
Desacostumbrada…
heme
aquí sobre tu sombra,
sobre
tu superficie para pasos rebeldes.
Reclama
mi abandono como tuyo:
mis
años forman sublevación de carne,
fanatismo
de tragedias y risas
que
peregrinan bajo peligros de taberna.
Heme
aquí,
mientras
creo un arsenal de frases espantosas:
el
fin está cerca,
tan
cerca que me rompe la vida.
Esta
tarde esperé la miel,
para
mis manos,
germinada;
esta
tarde alguien ha muerto a solas
en
la esquina de un sueño que no es dulce.
La
gente despelleja mi nombre,
me
culpa sin certezas legales.
Solo
yo conozco la verdad del suceso:
me
vuelvo a tu piel fallecida
y
lloro porque nace desde mi pecho.
Llora,
desacostumbrada,
he
aquí tus desperdicios:
una
línea de trenes que se quedó sin hierro porque se lo robaron,
un
conjunto de casas
(a
latas y cartones)
con
electrodomésticos de familias burguesas,
un
perro aguacatero,
un
techado
(que
cuando llueve)
se
transfigura en alarma de incendios,
equipos
de sonido que consternan al prójimo
y
un televisor plasma que sobrevive
porque
hay fútbol los domingos.
Un
funeral de amigos que se emborrachan,
autos
que destruyen tristezas cuando un niño descubre a su hermano.
Una
madre que grita en su sepulcro.
Pronuncia
—hijo
pendejo—
mientras
se lanza sobre la tierra.
Y
sigue el daño cada dos de noviembre porque no volverá a casa,
a
territorios que lo esperan con cinco frutos,
más
el que viene brotando con soberbia de cárcel prematura.
[VAMOS
CAMINANDO HACIA EL PUEBLO]
Un
policía nos reclama
—las
manos en la nuca y las piernas abiertas—
porque
quiso darnos un sobresalto
y
terminó con el juicio lejos del cuerpo.
[UN
TRAYECTO EN PATRULLA]
Un
pago en hojas verdes
para
que solo dieran golpes
sin
tener que ir a prisión.
Una
marcha interminable
porque
dejaron las cervezas en la casa de Lucho,
un
niño que se escapa del prostíbulo porque tiene miedo,
una
risa de burla sobre sus hombros,
una
joven que aspira su cigarro cuando los feligreses no llegan…
otra,
avienta con un cartón su zona de trabajo,
un
calor desnuda expectativas que se arman si hay dinero,
un
ingreso de siete dólares difícilmente permite cualquier lujo:
—por
lo menos vivimos—.
Esa
excusa mediocre nos consume la mollera.
Mientras
tanto,
en
mis sueños,
la
rutina no es dura.
Un
recién titulado es el gozo del país,
una
mujer que vende verduras es tachada como molestia,
una
sierva cristiana de ningún modo quiso reprender a su niño,
un
vigilante pide identificaciones que significan vida o
desvanecimiento.
Una
familia desintegrada mira con ojos de hambre,
un
muchacho es hallado desnudo,
sobre
el piso,
mientras
pierde de vista el amor ordenado en la biblia:
una
cama no es suficiente para que la infertilidad surta efecto…
No
obstante, alguien dice
—es
pecado—
y
llaman a cualquiera para que martirice al lujurioso.
Esconde
tu cicatriz de siglos,
un
sueño que fallece,
un
padre alcoholizado que contrapone su arma en la frente de su hijo,
otra
madre que mira sin hacer nada más que llorar por el miedo.
Piedras,
no
de caminos,
sí
de hombres minerales que rechazan consuelo;
sí
de la marihuana con alcohol farmacéutico y soda,
sí
de postes orgánicos que gritan
—allá
viene la jura—
y
juegan a esconderse entre casas abiertas,
sí
del mismo patriarca que padece vergüenza por su engendro,
sí
de la romantización sobre el uso excesivo de narcóticos,
sí
de cateos en guaridas para desarrollar armas,
sí
de canciones para narcos que mueren entre gomas etílicas,
sí
de estirpes que gozan su propia carne,
sí
de las persecuciones religiosas con frases llenas de salvación,
sí
de tragos que forjan disputas a las tres de la mañana…
sí,
porque vivo en la mugre de todos,
en
la calma temporal que tritura huesos de soberanos y vicios.
Es
mi historia la que presento frente a sus narices,
miren
mis ojos que dominan el arte de la pena,
oigan
mi voz que tiembla en el desaguadero,
entre
vómitos ebrios
y
barajas con lodo.
Desacostumbrada…
he
aquí la bestia,
el
mal de cada día:
la
peste personal a pobreza que repugna también a sus emparentados.
Qué
mejor panorama que la caducidad de mi tierra:
contempla
mis palabras de poeta malnacido,
de
pobre,
de
testigo a la fuerza,
confesor
por consuelo
y
ganas de lucir a mi nación.
Pues
sufro en mi piel la miseria,
pues
por locura he visto como alguien se desgaja la vida
y
también como mueren las descendencias de la calle a golpizas
numéricas.
A
veces todo marcha impecable…
luego,
hay decapitados bajo una pasarela
que
sabe de violencia como de pasos ávidos
y
rumbos a la nada,
porque
nada nos queda,
ni
siquiera una lluvia de plomo que reviente cráneos desconocidos,
ni
siquiera un sombrero para quitarnos cuando pase la desventura:
no
existen coincidencias de pueblos sepultados,
ni
recta sepultura para los impíos.
[ESTE
DÍA DESAPARECIÓ LA BESTIA EN UN CAÑAL]
Todos
callan,
negando
gritos,
mientras
termina
(bajo
piedras y palos)
que
rompen su cadáver.
Nadie,
ni su familia
estaba
preparada para el quebrantamiento…
entonces
regresamos al cementerio
y
llora una hermana con voces a su espalda.
Un
miedo convive con nosotros,
un
homicida explora a testigos del hecho.
La
misma hermana anda en busca de venganza:
su
hija abre las pestañas
y
mira cómo queda
(la
poca sensatez)
con
sus juegos de culpa.
el
estudio de su hija ya no importa.
Esa
niña comienza su travesía doméstica,
un
violador despoja su niñez con caricias.
En
el salón hay lágrimas y manos:
—una
escuela sin niños es un paso a la necesidad—
dice
el anciano mientras le desliza la falda con dureza.
Contempla,
desacostumbrada:
este
miedo es el verdadero.
Escucha
su lamento
que
se transforma en odio, odio, odio, odio
¡oh
Dios, sálvame!
***
Nelson
Alonso, Quezaltepeque, La Libertad,(1997). Estudia
Licenciatura en Letras en la Universidad de El Salvador.
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