Duermen los celajes.
El roce de su mano
es un verano ardiente,
yegua sin blasón que gobierne.
Se aferra fiera
a la crisálida de mi piel.
Todo es
juego de críos.
En un segundo
me pasan por los poros
mil astros que se fecunda
unos a otros.
II
Se han abierto
los pergaminos sagrados de mi pecho.
Entre las costillas,
marimba al compás inevitable,
se dibujan dedos
de fuerza y gloria.
¡Libar!
Arrebato irremediable,
fuente que destila pasiones y miel,
alma esclava del llamado
que volverá al manantial
de la sal
y de la vida.
III
En la cumbre del tiempo
beso las amapolas que crecen
cerca de mis labios.
Aquí el sol quema los sueños
y estos fertilizan
el terreno de una nueva cosecha.
Mi cuerpo es templo,
paredes que se elevan
en gemidos y plegarias.
Aquí el cántaro no se llena,
pero, se rompe poco a poco.
Los dioses miran mi silueta
y yo digo una plegaria
apaciguando la culpa
del torrente
que desborda.
IV
Cae la lluvia,
fría, acida.
La saliva que recorre mi garganta
me sabe a pena.
Día oscuro,
pozo gris de cardenales
sin aroma ni canto.
El llanto llega pausado
como llegan las cosas reales,
las cosas que son ley de los mortales
y de sus cuerpos de cristal.
La jaca que se encierra en mi piel
se ha cansado del camino yermo,
del tálamo sin brida
entre copas de vino tinto.
-Cerrado por inventario-,
memorias que se desgajan
y que se secan
en un suspiro.
V
Adela me besa las sienes,
y el ala de un recuerdo
posa sus plumas sobre mi cabeza.
La fuerza del deseo
se repite una y otra vez.
Afuera la mañana arde y entones lo veo,
como por casualidad…
***
Las venas me explotan nuevamente,
bajo la piel me nace un océano,
vasto, plácido,
todo se vuelve una marea
sin dominio ni frontera.
Así, entre aroma de jazmín y sándalo,
se me pasa la vida entera,
encendiendo y apagando
las crónicas de la piel mancillada,
porque nada sé de amor
sino en la cúpula del lecho
donde mi alma recuerda
que tiene cuerpo.
El roce de su mano
es un verano ardiente,
yegua sin blasón que gobierne.
Se aferra fiera
a la crisálida de mi piel.
Todo es
juego de críos.
En un segundo
me pasan por los poros
mil astros que se fecunda
unos a otros.
II
Se han abierto
los pergaminos sagrados de mi pecho.
Entre las costillas,
marimba al compás inevitable,
se dibujan dedos
de fuerza y gloria.
¡Libar!
Arrebato irremediable,
fuente que destila pasiones y miel,
alma esclava del llamado
que volverá al manantial
de la sal
y de la vida.
III
En la cumbre del tiempo
beso las amapolas que crecen
cerca de mis labios.
Aquí el sol quema los sueños
y estos fertilizan
el terreno de una nueva cosecha.
Mi cuerpo es templo,
paredes que se elevan
en gemidos y plegarias.
Aquí el cántaro no se llena,
pero, se rompe poco a poco.
Los dioses miran mi silueta
y yo digo una plegaria
apaciguando la culpa
del torrente
que desborda.
IV
Cae la lluvia,
fría, acida.
La saliva que recorre mi garganta
me sabe a pena.
Día oscuro,
pozo gris de cardenales
sin aroma ni canto.
El llanto llega pausado
como llegan las cosas reales,
las cosas que son ley de los mortales
y de sus cuerpos de cristal.
La jaca que se encierra en mi piel
se ha cansado del camino yermo,
del tálamo sin brida
entre copas de vino tinto.
-Cerrado por inventario-,
memorias que se desgajan
y que se secan
en un suspiro.
V
Adela me besa las sienes,
y el ala de un recuerdo
posa sus plumas sobre mi cabeza.
La fuerza del deseo
se repite una y otra vez.
Afuera la mañana arde y entones lo veo,
como por casualidad…
***
Las venas me explotan nuevamente,
bajo la piel me nace un océano,
vasto, plácido,
todo se vuelve una marea
sin dominio ni frontera.
Así, entre aroma de jazmín y sándalo,
se me pasa la vida entera,
encendiendo y apagando
las crónicas de la piel mancillada,
porque nada sé de amor
sino en la cúpula del lecho
donde mi alma recuerda
que tiene cuerpo.
***
David Miranda San Miguel, (1997) Estudia Licenciatura en Letras en la UES FMO. Es miembro del
taller literario “Zarza”. Ha ganado de los certámenes de narrativa
infantil “Puesiesque” y “Cartas al niño Dios” organizados
por el Ministerio de Cultura en el año 2014.
Comentarios
Publicar un comentario