
Por PL4N3M02R6R
Imagenes: Hilman Klint.
En el año 340 a. C., el filósofo griego Aristóteles proponía en
su libro «De los Cielos» que la tierra era redonda y no plana,
basándose en sus indagaciones sobre los eclipses lunares y en la
posición de la estrella polar, dependiendo de si el observador se
encontraba más al sur o más al norte. Obviamente esto representó
un avance gigantesco para la humanidad, que luego pudo ser confirmado
por otros tan inquisitivos como él, o que ya había sido observado
también por genios como Eratóstenes. Sin embargo, por razones
místicas, Aristóteles creía que la tierra era estacionaria y el
centro del universo, y que el sol, la luna, los planetas y todas las
estrellas orbitan a su alrededor. Idea que se mantuvo por mucho
tiempo en nuestro imaginario y que llevó ya en el siglo II d. C. a
Ptolomeo a ampliarla más a través de la construcción de un modelo
cosmológico completo, en el que la tierra permanecía en el centro
rodeada por ocho esferas que transportaban a la luna, al sol, a las
estrellas y a los cinco planetas conocidos en aquel tiempo: Mercurio,
Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Ptolomeo ajustó su modelo para
poder explicar las trayectorias de los astros, proporcionando así un
sistema razonablemente preciso para predecirlas. Con el inconveniente
de que para que funcionará, la luna tenía que seguir un camino que
la situaba por instantes dos veces más cerca de la tierra,
inconsistencia que Ptolomeo reconocía. A pesar de eso, su sistema
fue ampliamente aceptado y adoptado por la iglesia como la imagen del
universo que encajaba con las escrituras.

Y bueno, podría
seguir así y escribir un libro completo contando estas historias
como ya lo han hecho antes personas inmensamente admirable como Sagan
o Hawking, u otros tantos igualmente admirables. Podría seguir en
esta senda, pero creo que con esto tengo suficiente para sustentar
que a lo largo de la historia hemos tendido a aceptar ciertas ideas
como verdaderas, hasta que llega alguien que nos las desbarata y nos
muestra algo que hasta entonces no habíamos notado. O que, incluso
ante la evidencia, nos aferramos a las ideas anteriores con terquedad
y cometemos atrocidades tales como la lapidación de Hipatia o el
asesinato de Giordano Bruno en la hoguera, entre una infinidad de
ejemplos que lamentablemente podríamos citar.
Ahora bien, les
cuento esto para compartir mi maravilla ante un fenómeno
astronómico, un fenómeno que nunca había imaginado hasta que leí
sobre él. Porque ¿qué es un planeta? Si lo consultamos en un
diccionario podemos encontrar alguna definición como que es un
cuerpo celeste sin luz propia que gira en una órbita elíptica
alrededor de una estrella. Y sí, creo que sí, esa es la idea de
planeta que tenemos todos los no entendidos en el tema. Todos
nosotros que quizá casi nunca siquiera alzamos nuestros ojos al
cielo, que quizá casi nunca nos detenemos a pensar si es cierto que
la sucesión de Fibonacci puede comprobarse en la cantidad de pétalos
que tienen ciertas flores; nosotros que casi siempre estamos
embebidos en el estrés de nuestros empleos, en las aflicciones
cotidianas, e hipnotizados en el entretenimiento que nos ofrecen las
redes sociales y las discusiones políticas poco rigurosas en las que
nos enredan los medios de comunicación, etcétera.

El fenómeno al
que me refiero es el de la existencia de planetas fuera de todo
sistema planetario, planetas que vagan libres por el espacio sin
girar alrededor de ninguna estrella como lo hace el nuestro alrededor
del sol. Exoplanetas realmente particulares. Planetas extrasolares
que fueron llamados por Gibor Basri como planemos, con el fin de
diferenciarlos de los demás planetas que sí pertenecen a uno o más
sistemas planetarios (porque un planeta también puede pertenecer a
más de un sistema planetario).
Y se me hace
increíble, se me hace inconcebible imaginar un planeta que va por
ahí como la partícula de Horton en la que viven los Quién. Se me
hace formidable y a la vez terrorífico saber que hay planetas
flotando sin dirección por el espacio. Se me hace intrigante.
El descubrimiento
de estos planemos se dio debido a la búsqueda de planetas fuera de
nuestro sistema solar, planetas que pudimos detectar por primera vez
en 1992, y, de allí en adelante, gracias a diferentes técnicas y a
la Sonda Kepler puesta en órbita en 2009, se ha adelantado mucho en
la detección de éstos. Se cree que los planeamos, llamados también
planetas interestelares, planetas vagabundos, planetas errantes o
planetas huérfanos, fueron expulsados de su sistema, debido a que
cuentan con una masa igual o equivalente a la de los cuerpos celestes
denominados planetas. Todavía hay mucha discusión alrededor de
esto, los científicos siguen en el estudio de este y otros tipos de
cuerpos celestes fuera de nuestro sistema solar. Y nosotros podemos
creerlo o ser escépticos. Podemos consultarlo, estudiarlo, tal vez a
través de la literatura sobre astronomía o tal vez a través de
internet. Talvez podemos ver más seguido al cielo y al
comportamiento de todo lo que nos rodea. O podemos seguir abstraídos
en el estrés cotidiano, en las redes sociales, en el mundo zombie
que con el intercambio mercantil hemos creado, y no saber nunca nada
de nuestra realidad y creer que cosas como estas son verdad sólo
porque las leímos aquí o allá, o son mentiras porque van en contra
de nuestra fe religiosa.

Yo sólo les puedo decir que busquemos el conocimiento con ardor
hambriento y siempre atentos a la evidencia. Que nos preguntemos,
entre otras cosas, por qué el pájaro canta y por qué es útil su
canto. Que no nos prestemos al linchamiento y expulsión de todo
aquello que va en contra de nuestras creencias. Que no abandonemos la
curiosidad.
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